Karol NAWROCKI: La celebración de la libertad de los Polacos

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Karol NAWROCKI

Presidente de la República de Polonia.

Ryc. Fabien Clairefond

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A lo largo de los siglos XIX y XX, Polonia solo fue verdaderamente independiente durante poco más de 30 años. Por ello, la libertad de la que disfrutamos hoy es para nosotros un compromiso aún mayor.

.“Somos libres”, anunciaba con alegría el Kurier Warszawski. Era el 12 de noviembre de 1918. El día anterior, en la lejana Compiègne, franceses y británicos habían firmado un armisticio con una delegación alemana que ponía fin a los sangrientos combates de la Primera Guerra Mundial. En aquel momento, en Varsovia quedaban todavía decenas de miles de soldados alemanes y funcionarios armados. Sin embargo, ya no tenían ganas de combatir, al contrario, entregaban prestos sus armas incluso a universitarios y estudiantes de secundaria. “Atemorizados por la revolución que había estallado con fuerza en Berlín y en toda Alemania, y sorprendidos sobre todo por la abdicación del emperador y de los príncipes alemanes, perdieron la cabeza. —señaló un testigo presencial de estos acontecimientos, el arzobispo Aleksander Kakowski —En tales circunstancias, el desarme de los alemanes se llevó a cabo con éxito. El ejemplo de Varsovia fue seguido por todo el país”.

En Lublin, hasta entonces ocupado por los austriacos, Jadwiga Orłowska, que contaba con una edad de veinte años, presenció escenas similares: “Todos los almacenes militares están en manos polacas. Los coches los conducen polacos. […] niños, chicos de entre 10 y 15 años han ocupado edificios y almacenes gubernamentales. Desde hoy, los ferrocarriles y el correo están en nuestras manos. […] Una vez más nuestro ejército, el ejército polaco, recorre las calles de la ciudad”. Para Orłowska, fue un momento de alegría: “Por primera vez sentí lo que significaba trabajar para uno mismo…”.

En esos días de noviembre, cualquiera que pudiera ver más allá de la punta de su propia nariz estaba totalmente absorto en la política. “La ciencia ha quedado relegada a un segundo plano y resulta ridículo utilizarla como un cojín para esconder la cabeza”, escribió con vehemencia el destacado historiador de Cracovia Władysław Konopczyński. Preocupaciones e inquietudes estaban presentes, pero se respiraba un entusiasmo evidente. “Por fin somos dueños de nuestro propio país.” —señaló el citado Kurier Warszawski. —Por fin, después de algo más de ciento veinte años, ha llegado el momento en que ya no hay invasiones extranjeras”.

La larga marcha hacia la libertad

.Varias generaciones de polacos esperaban con esperanza este momento, sin poder aceptar que, a finales del siglo XVIII, su país desapareciera del mapa de Europa, incapaz de resistir a la agresividad de tres imperios: Rusia, Prusia y Austria. En otoño de 1918, la situación geopolítica era por fin favorable, con Rusia sumida en la guerra civil, Alemania al borde de la revolución y el Imperio austrohúngaro desmoronándose. Sin embargo, no habría habido posibilidades de alcanzar una libertad duradera si no hubiera sido por la creación del ejército polaco durante la Primera Guerra Mundial, la eficaz presión diplomática en París y Washington y, anteriormente, los prolongados esfuerzos de la Iglesia católica, numerosos artistas y toda una legión de activistas sociales para que no se apagara el espíritu patriótico, a pesar de los esfuerzos de rusificación y germanización ejercidos por los países ocupantes.

En noviembre de 1918, no estaba nada claro en qué forma territorial renacería Polonia ni si su independencia sería permanente. Tuvimos que luchar contra los alemanes por las fronteras occidentales en cuatro levantamientos armados: el de Gran Polonia y los tres de Silesia. Sin embargo, la mayor amenaza procedía del este. El Ejército Rojo, que llevaba la muerte, la destrucción y el retroceso civilizatorio en sus bayonetas. Contrariamente a sus propias consignas sobre el derecho de los pueblos a la autodeterminación, a principios de la década de 1920 los bolcheviques destruyeron los Estados independientes de Azerbaiyán, Georgia, Armenia y Ucrania. Pretendían hacer lo mismo con Polonia.

La batalla de Varsovia resultó ser decisiva, también para la historia de Europa. Fue entonces, en agosto de 1920, cuando el Ejército polaco logró detener durante casi veinte años el avance de la sangrienta revolución roja. La victoria sobre Rusia del joven país, que acababa de renacer de una triple esclavitud y cuyas tierras habían quedado devastadas por la Primera Guerra Mundial sigue siendo hoy en día subestimada en el extranjero. Este triunfo no habría sido posible de no haber sido por la gran movilización social y la sabiduría de todas las principales fuerzas políticas, que, aunque fuertemente enfrentadas, supieron actuar de forma conjunta en los momentos de peligro.

En 1939, la heroica defensa ya no fue suficiente, cuando Polonia fue víctima de un doble ataque: primero de la Alemania nazi y, varios días después, también de la Unión Soviética. Fue una época de terror, que no terminó para mis compatriotas con la caída del Reich nazi. Tras la Segunda Guerra Mundial, Polonia renació teóricamente como Estado independiente, pero se encontró durante largas décadas en la esfera de influencia de Moscú. Los comunistas reprimieron brutalmente cualquier intento de resistencia. No fue hasta la revolución pacífica de “Solidaridad” de los años ochenta cuando recuperamos nuestra libertad.

La independencia obliga

.Pertenezco a una generación que creció en la encrucijada de dos épocas: el comunismo moribundo y la democracia parlamentaria. Sé lo mucho que debemos a las generaciones anteriores. Como historiador y activista social, siempre he dado mucha importancia a honrar dignamente a los héroes de nuestra libertad: los miembros de “Solidaridad”, los soldados de la Segunda Guerra Mundial y la resistencia independentista de la posguerra, así como todos aquellos que, hace más de cien años, lucharon y defendieron la independencia de Polonia.

El 11 de noviembre se celebra la Fiesta Nacional de la Independencia, establecida en conmemoración de los acontecimientos de 1918, y es uno de los días más importantes del calendario polaco. La Marcha de la Independencia, organizada en Varsovia y que atrae a amplios círculos patrióticos que demuestran su apego a la bandera nacional blanca y roja, se ha convertido ya en una hermosa tradición. En años anteriores, al servicio de mi patria como presidente del Instituto de la Memoria Nacional, también tomé parte el 11 de noviembre en las celebraciones centrales con la participación de las más altas autoridades estatales y el cuerpo diplomático. Este año participaré por primera vez en las celebraciones como presidente de la República.

La independencia es una gran responsabilidad, y esto es probablemente más evidente hoy que hace unos años. La guerra, debido a la agresión de la Federación Rusa a Ucrania, vuelve a estar muy cerca de nuestras fronteras. Necesitamos un ejército aún más fuerte y un consenso sobre las cuestiones fundamentales de seguridad, tanto dentro de Polonia como en el marco de la OTAN. Al tiempo que formamos parte con convicción de Europa, debemos velar por seguir siendo nosotros mismos, es decir, por no perder nuestra identidad y soberanía polacas. Un país de casi cuarenta millones de habitantes no puede limitarse a ser una base de producción para economías más grandes. Debemos pensar con ambición y ser capaces de grandes logros.

Por nosotros mismos y por las generaciones futuras. Por Polonia.

Karol Nawrocki

Material protegido por los derechos de autor. Queda prohibida su distribución salvo permiso explícito de la editorial. 07/11/2025