Karol NAWROCKI: La cicatriz de Katyń

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Karol NAWROCKI

Presidente del Instituto de la Memoria Nacional.

Ryc. Fabien Clairefond

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En la primavera de 1940, los soviéticos exterminaron sin juicio previo a la élite de la intelectualidad polaca. En la actualidad, las autoridades rusas querrían que este delito se tratara como un delito común, sujeto a prescripción.

.Sus conocidos le vieron por última vez en la estación de tren de Bydgoszcz. Józef Dróbka indicó que se dijera a su familia que se encontraba bien y que volvería a casa lo antes posible. Formaba parte de los miles de polacos movilizados a finales del verano de 1939. Debían defender su patria de la embestida alemana, pero el 17 de septiembre, en la tercera semana de la guerra, otro poderoso enemigo golpeó el país desde el este: el Ejército Rojo. Dróbka se encontraba entre aquellos que acabaron sometidos al cautiverio soviético.

Los dos regímenes totalitarios, unidos entonces por un pacto común a pesar de sus diferencias ideológicas, sembraron el terror en las tierras polacas conquistadas desde el principio. Las chimeneas de Auschwitz y de otros campos de exterminio continúan siendo a día de hoy símbolos de la sangrienta ocupación alemana, pero también lo son las fosas comunes de aquellos lugares donde se llevaron a cabo ejecuciones masivas, como Palmiry o Piaśnica. Por otro lado, la palabra “Katyń” está de forma inseparable e intensamente asociada a la brutal ocupación soviética.

“Un día triste, sin ninguna noticia de casa” – señalaba uno de los polacos encarcelados en el campo soviético de Kozelsk en la Nochebuena de 1939. Allí y en Starobielsk fueron retenidos oficiales del Ejército Polaco. A Ostashkov fueron enviados principalmente policías, gendarmes, funcionarios de la Guardia de Prisiones, del Cuerpo de Protección de Fronteras y de la Guardia de Fronteras (entre estos últimos se encontraba Jozef Dróbka). Los patriotas polacos también llenaron rápidamente las cárceles de las llamadas Bielorrusia Occidental y Ucrania Occidental, como llamaban los soviéticos a las tierras orientales de la Segunda República Polaca, anexionadas ilegalmente a la URSS.

El destino de estas personas fue decidido a principios de marzo de 1940. Fue entonces cuando Ławrientij Beria, jefe del tristemente célebre NKWD, sugería en una nota dirigida al líder soviético Józef Stalin que se fusilara sin juicio previo a 14 700 prisioneros de guerra polacos y 11 000 prisioneros. Explicaba que se trataba de “enemigos declarados e impenitentes del gobierno soviético”.

Había cierta lógica en este argumento diabólico. Las personas a las que Beria decidió exterminar habían servido fielmente al Estado polaco en las dos últimas décadas y, desde luego, no habían aceptado la pérdida de su independencia.

Dróbka se alistó en el Ejército Polaco en 1920. En las filas del 17.º Regimiento de Ulanos de la Gran Polonia, participó en la guerra contra los bolcheviques, que “sobre el cadáver de la blanca Polonia” querían llevar su sangrienta revolución hasta Europa. Cuando la invasión fue repelida con éxito y llegó la paz, Dróbka sirvió en la Guardia de Aduanas y posteriormente en la Guardia de Fronteras. “Aplicado, cumplidor, diligente, realiza su servicio con dedicación” – podemos leer en el dictamen que le fue entregado por su superior. En 1939 trabajó en el equipo de personal del Cuartel General del Distrito de la Guardia de Fronteras en Chojnice. Tenía mujer, tres hijos y una vivienda de tres habitaciones. La guerra interrumpió esta vida estable.

“Hubo llantos, pero también esperanzas de un pronto regreso” – así escribió años después su nieto Zdzisław sobre el momento en que su abuelo fue separado de su familia. Los Dróbka, como muchos de sus compatriotas, creían en la ayuda de los aliados occidentales de Polonia: Francia y Reino Unido. Sin embargo, esta ayuda no llegó, ni en septiembre de 1939 ni en los meses siguientes.

Por otro lado, Stalin y sus colaboradores más cercanos aprobaron la diabólica propuesta de Beria. El 3 de abril de 1940 comenzó la “descarga” de los campos de prisioneros de guerra polacos en la URSS. Los prisioneros de Kozelsk fueron llevados a Katyń, cerca de Smoleńsk, y allí fueron asesinados. Los prisioneros de guerra de Starobielsk fueron asesinados en Járkov, y los de Ostáshkov en los sótanos del cuartel general del NKWD en Kalinin (actual Tver).

“Las ejecuciones comenzaban por la noche y terminaban al amanecer” – declaraba posteriormente Dmijtrij Tokariev, jefe de la Dirección Regional del NKWD en Kalinin en 1940. Recordaba que en una de las salas se comprobaba la identidad de la persona y luego se le esposaba y se le conducía al corredor de la muerte. Allí, la víctima era asesinada de un disparo en la nuca. Los cadáveres eran apilados en camiones y llevados por la mañana a las inmediaciones del pueblo de Miednoje, donde ya se había preparado una fosa con capacidad para 250 cadáveres en el límite del bosque. Este debió de ser también el último viaje de Józef Dróbka, asesinado el 27 de abril.

Paralelamente, en Kiev, Mińsk y otros lugares continuó el exterminio de prisioneros polacos. Hoy en día, el asesinato soviético de polacos en la primavera de 1940 se conoce comúnmente como la masacre de Katyń. Se conoce que se arrebató la vida de al menos 21 768 personas en total.

No es casualidad que digamos que en Katyń fue asesinada la élite de la intelectualidad polaca. En la lista de víctimas podemos encontrar oficiales de alto rango del Ejército Polaco y otros servicios uniformados, sacerdotes, pero también personas que en la vida civil eran, por ejemplo, médicos, ingenieros, abogados, profesores y funcionarios. Hay que añadir que la represión soviética recayó también sobre muchas familias de los asesinados. Fueron deportadas a lo más profundo de la URSS, a un “territorio inhumano”.

La masacre de Katyń debía permanecer en secreto para siempre. Pero en abril de 1943, los alemanes —que llevaban casi dos años en guerra contra los soviéticos y habían conseguido un importante avance hacia el este— anunciaron al mundo el descubrimiento de los cadáveres de oficiales polacos en Katyń. Invitaron a la Comisión Médica Internacional al lugar de los crímenes. Aunque ellos mismos eran culpables de asesinatos no menos horribles, y también cubrieron sus huellas, en el caso de Katyń tenían interés en revelar la verdad.

Stalin lo negó todo obstinadamente. Las autoridades soviéticas crearon su propia pseudocomisión, la llamada Comisión Burdenka. Todavía en tiempos de guerra, esta comisión afirmó que la masacre de Katyń fue cometida por los alemanes en 1941. Esta imputación también se incluyó en la acusación contra los principales criminales de guerra alemanes que fueron juzgados en Nuremberg. Así nació y se fortaleció la mentira de Katyń.

Durante las siguientes décadas, se consolidó no solo en la Unión Soviética, sino también en todos los países de Europa Central y Oriental que se encontraron dentro de la esfera de influencia de la URSS al final de la Segunda Guerra Mundial. El régimen comunista en Polonia, instaurado por las bayonetas soviéticas, también se construyó sobre los cimientos de la mentira de Katyń. Cualquiera que intentara proclamar la verdad sobre Katyń, o incluso indagar sobre este hecho, se exponía a la represión.

Durante mucho tiempo, los familiares de Józef Dróbka permanecieron sin saber qué le había ocurrido. Unos años después de la guerra, el Tribunal Municipal de Chojnice lo declaró muerto, y aceptó como fecha de su fallecimiento… el 9 de mayo de 1946. “La familia musitaba palabras sueltas o guardaba silencio” – recuerda Zdzisław Dróbka. En 1963, su abuela le regaló el botón de su abuelo con el águila polaca. “Toma esto y busca” – dijo. Pero la búsqueda de Józef Dróbka en Polonia y en el extranjero fueron infructuosas.

No fue hasta abril de 1990, en plena oleada del glásnost, cuando las autoridades soviéticas admitieron que el crimen de Katyń fue uno de los “graves crímenes del estalinismo”. Ese mismo año, los Dróbka se enteraron de que Jósef probablemente había sido prisionero de guerra en Ostashkov y murió asesinado en Kalinin. Esta información se confirmó posteriormente. En 1993, Zdzisław Dróbka viajó a Miednoje para plantar una cruz en el lugar de la ejecución de su abuelo y recoger tierra de allí. Varios años más tarde, plantó un roble conmemorativo en su honor en el Centro de Formación de la Guardia de Fronteras de Koszalin.

Katyń es una parte importante de la historia y la memoria de Polonia. Para los polacos, la tragedia de hace catorce años agudizó el trauma relacionado con lo ocurrido hace 84 años. El 10 de abril de 2010, el entonces presidente Lech Kaczyński volaba a Smoleńsk para participar en las celebraciones del aniversario de Katyń, rendir homenaje a las víctimas en territorio ruso y recordar la verdad sobre el crimen soviético. En la catástrofe aérea murieron 96 personas: el presidente junto a su esposa y muchos otros representantes de la élite estatal polaca. Esto también es parte integrante de la historia reciente de Polonia.

Pero esta no es la única razón por la que el crimen genocida de Katyń es mucho más que un hecho del pasado. Las tumbas de Katyń, Miednoje y otros lugares nos muestran la esencia del espíritu soviético: empeñado en el mal, la destrucción y la expansión. En la tercera década del siglo XXI, este espíritu renace tomando una forma ligeramente diferente. La Federación Rusa prácticamente glorifica explícitamente su pasado comunista y muestra inclinaciones imperiales.

.Hace dos años, equipos pesados de construcción aparecieron de forma provocativa frente al cementerio polaco de Katyń. Pero la verdad de Katyń ya no podría ser ocultada ni siquiera por las excavadoras.

Karol Nawrocki

Material protegido por los derechos de autor. Queda prohibida su distribución salvo permiso explícito de la editorial. 19/04/2024