Karol NAWROCKI: Guardianes de intereses extranjeros

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Karol NAWROCKI

Presidente del Instituto de la Memoria Nacional.

Ryc. Fabien Clairefond

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En septiembre se cumple el trigésimo aniversario del acontecimiento histórico que supuso la retirada del territorio polaco de las últimas tropas del ejército ruso postsoviético. Fue precisamente entonces cuando finalizó el largo período de tiempo durante el cual los intereses de Moscú en nuestro país estaban custodiados por tropas extranjeras. Su presencia es el resultado de la esclavitud, que en la conciencia colectiva polaca está vinculada al estallido de la guerra y a la invasión soviética del 17 de septiembre de 1939.

.Las fechas de dos acontecimientos que tuvieron lugar en 1939: la firma el 23 de agosto del Pacto Ribbentrop-Mólotov, y la agresión el 17 de septiembre de la URSS contra Polonia, son –y con razón– símbolos sombríos de la idea de dominación soviética de Europa Central y Oriental. Sin embargo, los intentos por parte de Rusia de someter a Polonia y a otros estados de nuestra región tienen una génesis mucho más antigua; durante siglos fueron de la mano del desarrollo del imperialismo de Moscú. Por supuesto, fueron acompañados de intentos de instalar, donde y cuando pudieran, sus guarniciones, literalmente a las órdenes de la política rusa.

Tres siglos bajo las bayonetas rusas

.Las aspiraciones del Kremlin de establecer una presencia permanente de su ejército en los territorios de Polonia y Lituania se remontan sin duda al siglo XVII, sin embargo 1704 parece haber sido un año decisivo. Tras el Tratado de Narva, en las condiciones de la Tercera Guerra del Norte que devastó la Mancomunidad Polaco-Lituana, el zar Pedro I estableció en nuestro país el grueso del ejército ruso, que se hizo famoso por sus saqueos masivos. A partir de este momento, nos encontramos ante de facto casi tres siglos de presencia en suelo polaco de ejércitos que obedecían las decisiones tomadas en Moscú o, durante un tiempo, en San Petersburgo. El breve y árduamente conquistado paréntesis de 21 años de independencia, cuyos inicios, sin embargo, implicaron una lucha a vida o muerte contra la embestida del Este, constituye una excepción a lo anterior.

La presencia de soldados rusos en Polonia, que adquirió diferentes extensiones territoriales, formas y escalas, permitió una erosión gradual y consecuente de nuestra soberanía y, en última instancia, condujo a la liquidación del Estado, a su partición, a la consolidación de la dominación rusa y –sobre todo en la etapa final, en el período soviético– a la intimidación de toda la sociedad y a la concreción de un orden mundial extremadamente desfavorable para nuestra situación.

Privar a los polacos de la esperanza

.Las tropas rusas, o soviéticas, instaladas en el territorio de Polonia determinaron negativamente el destino de varias generaciones de polacos. Aseguraron la dependencia política, impidieron que la gente decidiera su propio destino, frenaron su desarrollo y la privaron de la esperanza de libertad. A pesar de ello, los polacos nunca se resignaron a esta situación, incluso en los momentos más difíciles creyeron que serían capaces de deshacerse del yugo extranjero e intentaron repetidamente recuperar su libertad, tanto luchando militarmente como a través de la resistencia pasiva, las actividades clandestinas y el fomento del sentimiento de identidad polaca.

La última etapa en los intentos de Rusia de dominar Polonia y esta parte de Europa, la más perceptible hoy en día y aún presente en nuestra conciencia colectiva, fue el período del comunismo y la presencia permanente en nuestro país de varias decenas de miles de soldados (al principio llegó a alcanzarse la cifra de trescientos mil) de la Unión Soviética.

La primera ocupación soviética de parte de Polonia tuvo lugar en septiembre de 1939, tras el acuerdo entre Hitler y Stalin y su invasión conjunta de Polonia. Posteriormente, entre 1944 y 1945, el Ejército Rojo que avanzaba sobre Berlín llegó a ocupar más territorios. De esta forma, todo nuestro país quedó bajo el control de la Unión Soviética. El fin del Tercer Reich no significó ni el fin de la lucha ni el fin de la esclavitud para los polacos. Los soviéticos emprendieron una sangrienta represión contra la resistencia independentista, al tiempo que instauraban un gobierno subordinado totalmente dependiente de las instrucciones del Kremlin. Muy pronto, los colaboracionistas partidarios de Moscú se hicieron con el control del país y las tropas soviéticas siguieron al mando del sistema que habían implantado. Polonia, por cierto, no fue el único país que sufrió esta ocupación, lo mismo ocurrió en otros países de Europa Central y Oriental que cayeron en manos de Stalin después de Yalta.

Durante el período comunista, la presencia de tropas de la URSS en Polonia estuvo asociada con todo lo peor. El sometimiento del ejército al completo, el saqueo de la economía, la dependencia del “Gran Hermano” de todos los centros de toma de decisiones, la intimidación de los polacos, como en junio de 1956; la utilización del territorio polaco para aplicar la doctrina Brezhnev, como en agosto de 1968; y finalmente el papel de “hombre del saco”, como en el período de la ley marcial en 1981. Cada vez que existía la más mínima posibilidad de un cambio en el orden en la Europa posterior a Yalta, las tropas que se encontraban en Polonia, que obedecían únicamente a Moscú, privaban a los polacos y a los demás habitantes de la región de cualquier ilusión de un curso exitoso de los acontecimientos.

Una afortunada coincidencia de muchos factores, entre ellos sobre todo el pontificado del papa polaco Juan Pablo II y la creación de Solidaridad en 1980, condujo a que, a finales de los años 80, el imperio soviético empezara a tambalearse. Los polacos tenían claro que la plena independencia significaba también que las autoridades legales y democráticas podían decidir nuestras alianzas, quién podía estar en nuestro territorio y con qué propósito. El hecho de que tropas extranjeras y hostiles continuaran estando dentro del territorio de la República no solo perjudicaba nuestros intereses, sino que suponía una amenaza real. Cuando los comunistas de línea dura intentaron hacerse con el poder en Moscú en agosto de 1991, en el marco del llamado golpe de Yanáyev, toda Polonia temía las órdenes que recibirían en una situación de crisis los soldados soviéticos que aún permanecían en nuestro país. Y aunque todo parecía indicar que las tropas extranjeras abandonarían finalmente Polonia, toda la operación iba a continuar durante más de dos años más.

Un lento ritmo de cambio

.¿Cómo considerar el proceso y, sobre todo, el ritmo de la retirada de las tropas soviéticas de Polonia desde el punto de vista de la historia política? Se pueden plantear muchas preguntas en este caso. La respuesta a la mayoría de ellas requiere una investigación histórica en profundidad, aunque en algunos casos la valoración parece bastante obvia.

Por un lado, hay que reconocer que todos los gobiernos que han estado en el poder desde 1989 han abordado esta cuestión y, al menos en lo que se refiere a las declaraciones realizadas, han dado por sentado que el cambio de la situación era algo deseable. Por otra parte, la actividad de los distintos gabinetes y la dinámica de las acciones emprendidas pueden indicar que esta cuestión no fue en todo momento una prioridad absoluta.

Los estudios disponibles a día de hoy indican que, en el primer período, el gobierno de Tadeusz Mazowiecki consideraba que la retirada del ejército soviético debía retrasarse y limitarse hasta que se asegurara a través de un tratado nuestra frontera occidental, que, en vista del proceso de unificación alemana, era un tema de la máxima importancia internacional. Basar la posición negociadora de Polonia a este respecto en las guarniciones extranjeras que operaban en nuestro país parece no solo ignorar la experiencia histórica, sino también plantear dudas sobre la exactitud de tal análisis de la situación de la época, en la que las potencias occidentales hubieran cuestionado el curso de la frontera polaco-alemana, y la parte soviética estaría dispuesta a defender la salida de Polonia del Bloque del Este. Sin duda, la adopción de tal estrategia contribuyó a retrasar todo el proceso. Así lo demuestran los ejemplos de Checoslovaquia y Hungría, donde los acuerdos sobre esta cuestión se concluyeron lo más rápidamente posible –en febrero y marzo de 1990, respectivamente– y con muchas menos perturbaciones. En 1991, la disposición del Kremlin a hacer concesiones y a cerrar rápidamente el asunto ya no era la misma que un año antes, lo que también debe tenerse en cuenta a la hora de valorar las actuaciones de los sucesivos equipos gubernamentales polacos. Además, paradójicamente, el problema de la retirada de sus tropas de la zona de la RDA se convirtió en el principal argumento de Moscú para ralentizar toda la operación.

El primer ministro Jan Olszewski mostró una enorme determinación en el asunto de la retirada de las tropas soviéticas de Polonia. Desgraciadamente, las medidas iniciadas por el gobierno que presidía para la retirada de las tropas soviéticas no se completaron. Como consecuencia de las intrigas del entonces presidente Lech Wałęsa, Olszewski fue destituido como primer ministro a principios de junio de 1992.

Finalmente, todo terminó en septiembre de 1993. El período de 1989 a 1993 que precedió a ese momento, ¿fue ya un período de plena soberanía o más bien de semisoberanía? ¿O deberíamos hablar de una difícil transición hacia la plena soberanía, donde incluso el fin de la presencia de tropas extranjeras y hostiles es un paso importante, aunque solo constituye una etapa más de un complicado proceso?

Salida de los soviéticos, salida de la dictadura

.En los años 1989-1993, se restauró el nombre de la República de Polonia, el Águila Blanca recuperó su corona, se eliminaron de la constitución las disposiciones sobre la amistad permanente con la Unión Soviética y el papel de liderazgo del comunista Partido Obrero Unificado Polaco (que, por cierto, ya había dejado de existir en enero de 1990). Se reconstruye el autogobierno territorial, los partidos políticos y las asociaciones tienen libertad para actuar, se crean nuevos medios de comunicación, la propiedad privada y el libre mercado se convierten en la base de la economía. Se celebraron elecciones presidenciales y parlamentarias libres. Además, los soldados rusos abandonaron Polonia literalmente en vísperas de las siguientes elecciones, en las que los polacos debían reelegir entre las candidaturas para el Sejm y el Senado.

Por otra parte, analicemos esta situación precisamente desde la perspectiva de las elecciones del 19 de septiembre de 1993. Ese día, los poscomunistas tomaron el poder en el país. Ganó las elecciones un partido construido sobre los activos y las estructuras de una dictadura todopoderosa, además de estar financiado ilegalmente por Moscú. Los criminales estalinistas y los torturadores comunistas no solo quedaban impunes, sino que les iba bastante bien. Aunque con enmiendas, la Constitución estalinista seguía vigente. El poder judicial fue importado prácticamente en su totalidad del sistema anterior. La sociedad no sabía cuántos agentes ocupaban altos cargos, cuán distorsionada estaba la objetividad de los medios de comunicación, cuántos dignatarios y activistas del partido se habían apropiado de propiedades del Estado, hasta qué punto el naciente negocio polaco estaba envuelto en una telaraña roja. En cierto sentido, la lenta salida del país del comunismo coincidió con un prolongado proceso de retirada de los soldados subordinados al Kremlin, lo que pone de relieve en retrospectiva los diversos errores y omisiones imperdonables de la llamada transición.

Un legado sombrío

.La salida de las tropas rusas no resolvió todas las difíciles cuestiones del periodo de transición, ni siquiera las externas. Este acontecimiento, aunque sin duda marcó un hito, no resolvió todos los problemas. Ante todo, la venta incontrolada de armas, de las que los rusos, que abandonaban sus cuarteles, se deshacían a diestro y siniestro, constituía una amenaza literal para la seguridad del Estado. La inmensa mayoría del armamento de los grupos delictivos en la década de 1990  procedía de esta fuente, lo que contribuyó al aumento de la brutalidad de las bandas que proliferaban en aquella época. Las armas vendidas por los soldados rusos también se exportaron en masa al extranjero y llegaron a manos de mafias, organizaciones terroristas y partes beligerantes en los diversos conflictos de la época, especialmente en la antigua Yugoslavia.

Las bases abandonadas fueron en su mayoría devastadas (los rusos tenían un principio: destruyamos lo que no podemos llevarnos). A menudo, barrios enteros de las ciudades quedaban en ruinas, y no todas las zonas pudieron desarrollarse de forma adecuada desde el principio. Durante años, en muchas partes de Polonia, la principal prueba de la antigua presencia soviética era la sombría visión de edificios deteriorados y destrozados.

Otros vestigios de la dominación extranjera, quizá aún más sombríos, fueron los monumentos y placas de propaganda erigidos en los territorios ocupados por los soviéticos o en sus inmediaciones, en los que se conmemoraba a los criminales bajo el símbolo de la estrella roja. Sin embargo, a este respecto, el Instituto de la Memoria Nacional, que dirijo, es consecuente. Muchas de estas edificaciones ya han sido desmanteladas. De las casi 60 que existían en el espacio público de las ciudades y pueblos polacos a principios del año pasado, hoy quedan menos de 30. Pronto habrán desaparecido todas.

Un legado difícil de describir, en mi opinión doloroso, de la presencia de las tropas soviéticas en Polonia, que estaban aquí con un propósito estrictamente definido y en absoluto amistoso, es la mentalidad distorsionada de algunas personas. Por desgracia, aún hoy se oye hablar de soldados amigos de repúblicas lejanas que son excepcionalmente sociables o incluso divertidos, o de las ventajas culturales y “comerciales” de la proximidad a las unidades soviéticas. Ante tales voces, tal vez incluso singularmente verdaderas, uno no puede quedarse indiferente. No hacen falta eufemismos. Un soldado extranjero no deseado en territorio polaco, custodiando intereses contrarios a nuestra seguridad y soberanía, siempre será un símbolo de esclavitud y siempre deberá ser tratado como un ocupante.

Historia magistra vitae

.La tan esperada salida de las tropas soviéticas del territorio polaco (aunque en 1993 ya eran, y de nuevo, tropas rusas…) puede y debe considerarse el fin de la dolorosamente evidente dependencia de Polonia respecto a Rusia. Sin embargo, no se puede –comprendiendo perfectamente el significado y el simbolismo de la salida de los últimos soldados rusos de nuestro país– hablar del fin de la idea de dominación por parte de Moscú sobre nuestra región, puesto que esto constituye uno de los pilares del imperialismo ruso. Debilitada y empobrecida tras el colapso del Imperio del Mal, Moscú no ha renunciado ni por un momento a tratar a Polonia y a la mayoría de nuestros vecinos como su esfera de influencia. En este sentido, las actuales visiones geopolíticas del régimen criminal de Putin difieren poco de las suposiciones de superpotencia de los dictadores rojos de la era soviética. Y si, como creo firmemente, la historia es realmente una maestra de la vida, entonces el tema de esta lección histórica es hoy de extrema actualidad…

Karol Nawrocki

Material protegido por los derechos de autor. Queda prohibida su distribución salvo permiso explícito de la editorial. 16/09/2023