Nathaniel GARSTECKA: Mitos occidentales sobre Polonia. ¿Colaboraron Polonia y los polacos en masa con los alemanes?

Mitos occidentales sobre Polonia. ¿Colaboraron Polonia y los polacos en masa con los alemanes?

Photo of Nathaniel GARSTECKA

Nathaniel GARSTECKA

Francés, nacido en París, con raíces judeo-polacas. Le apasionan la historia y la cultura de Polonia y Francia. Vive en Varsovia.

ver los textos de otros

El mito de la participación activa y masiva de Polonia y los polacos en el Holocausto debe tratarse del mismo modo que el mito del judeo-bolchevismo: como una manipulación cuyo objetivo es trasladar la responsabilidad de los crímenes a otras personas – escribe Nathaniel GARSTECKA

.Esta es una de las acusaciones infundadas que vuelven como si de un búmeran se tratara a la opinión pública occidental. Se acusa a Polonia y a los polacos de complicidad con los alemanes en el Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial.

En debates privados y públicos, en declaraciones de políticos y en textos de divulgación histórica, a menudo se puede escuchar y leer que Polonia como Estado, y los polacos como pueblo, apoyaron a los alemanes en la organización y ejecución del genocidio sistemático y a escala industrial contra los judíos en Polonia. Esta opinión está muy extendida en muchos países del mundo occidental: Francia, Estados Unidos, Alemania, Israel.

El estudio de las complejas relaciones entre judíos y polacos en aquella época carece de un análisis de su contexto más amplio.

En 1939, los judíos representaban el 10 % de la población de la Segunda República de Polonia (es decir, 3,5 millones de personas), el porcentaje más alto de cualquier país europeo. Esto era resultado de una política secular de hospitalidad y tolerancia que convirtió a Polonia en uno de los principales centros del mundo judío. Y aunque se produjeron incidentes antisemitas durante la lucha por la independencia en 1918-1921 y tras la muerte de Józef Piłsudski en 1935, la situación de los judíos polacos era mejor que la de sus iguales en Alemania o la Unión Soviética. A diferencia de lo que sucedía en otros países centroeuropeos, la numerosa comunidad judía no se concentraba en un único centro urbano. Aunque en Varsovia vivían 350 000 judíos (un tercio de la población de la capital), también existían grandes concentraciones de esta población en otras ciudades. Así ocurría, por ejemplo, en Białystok (entre el 40 % y el 45 % de la población total de la ciudad), Lublin, Łódź, Radom, Leópolis o Vilna. Muchos judíos también vivían en ciudades y pueblos más pequeños, sobre todo en el este de Polonia (los pueblos con mayoría de población judía se llamaban shtetls). También había muchas ciudades en las que los judíos convivían con otras nacionalidades (polacos, lituanos, bielorrusos, ucranianos). Debido a su prolongada presencia en Polonia y a la política de tolerancia secular, la población judía en Polonia se distribuía de forma dispersa y estaba relativamente poco asimilada. Este hecho impidió que se pudiera llevar a cabo una acción masiva para salvar a los judíos, como ocurrió en Dinamarca. Sin embargo, Polonia tenía una vida cultural y religiosa judía muy rica, con numerosos partidos políticos importantes, asociaciones deportivas, teatros y docenas de periódicos.

A diferencia de la mayoría de los países de Europa Central y Oriental, Polonia rechazó cualquier alianza con Hitler; una alianza que, de todos modos, era muy improbable debido a que Polonia era el primer objetivo de conquista. Polonia también estaba amenazada por la URSS estalinista. Estas dos grandes dictaduras querían redimirse de las derrotas de 1918 y 1921, y era natural que dejaran a un lado las rivalidades ideológicas para planear una nueva partición de Polonia.

Así se produjo la agresión contra Polonia, primero por parte de la Alemania nazi, el 1 de septiembre de 1939, y dos semanas después por la Unión Soviética. Las dos potencias aliadas aplicaron inmediatamente una cruel política de ocupación. Entre 1939 y 1941, los soviéticos llevaron a cabo una despiadada caza de los representantes de la élite polaca, calificados de enemigos de la revolución. Intelectuales, artistas, oficiales, “la burguesía”, comerciantes, representantes de cultos religiosos, combatientes de la resistencia, patriotas, sionistas, etc. fueron asesinados (Katyń) o deportados a los gulags en Siberia. Como muchos otros, muchos combatientes comunistas judíos se unieron a las filas de las milicias soviéticas en los territorios ocupados, lo que fue un pretexto para la difusión del mito del judeo-bolchevismo por parte de los alemanes, pero también de los soviéticos. Esta creencia sería la base del “terror blanco” en el este de Polonia durante la Operación Barbarroja en el verano de 1941.

Como Polonia no era aliada de Alemania ni era percibida por esta como un país a “preservar”, los nazis iniciaron una ocupación total, sin la complicidad de las organizaciones nacionalistas ni de sus colaboradores. Mantenían a la modesta “policía azul”, a la que reclutaban por la fuerza. Su misión era mantener el orden. También permitieron el funcionamiento de los niveles más bajos de la administración municipal (los alcaldes de las aldeas), pero el funcionamiento del país como tal estaba bajo su pleno control. Toda la economía se reconvirtió para satisfacer las necesidades alemanas, el equipamiento de las fábricas se exportó al Reich, se requisaron cosechas y rebaños de animales. En este país con una elevada proporción de población rural (solo el 30 % de la población vivía en ciudades), el hambre y la pobreza no tardaron en aparecer. A ellas se sumaron los saqueos, la destrucción de propiedades y los numerosos crímenes perpetrados por soldados alemanes. Los alemanes también persiguieron a la élite del país, llevando a cabo la deportación y el asesinato de profesores universitarios, abogados, políticos…

Sin embargo, el odio genocida de los alemanes iba dirigido principalmente contra los judíos. Los alemanes establecieron guetos en la mayoría de las ciudades con población judía. Desde el momento en que invadieron la URSS en junio de 1941, procedieron a exterminar directamente a la población judía de los territorios conquistados (el “Holocausto a balazos”). En Polonia, a diferencia de los países bálticos y Ucrania, no existían organizaciones nacionalistas locales que ayudaran a los alemanes en sus crímenes. Ningún partido político, ninguna personalidad polaca destacada colaboró con las fuerzas de ocupación. Existían organizaciones de resistencia nacionalistas y antisemitas que pudieron cometer crímenes contra los judíos, como las Fuerzas Armadas Nacionales (NSZ) o algunos batallones del Ejército Nacional (AK), pero estas nunca se aliaron con los alemanes.

A partir de 1942, los alemanes deportaron a los judíos de los guetos a los campos de exterminio como parte de su plan de “solución final”. Una vez más, estas deportaciones masivas y los posteriores crímenes a una escala inimaginable tuvieron lugar sin la complicidad de Polonia, algo que no puede decirse del gobierno colaboracionista del francés Philippe Pétain, el eslovaco Jozef Tiso o el noruego Vidkun Quisling.

Cabe recordar que el gobierno polaco nunca cesó en su oposición a los alemanes y combatió hasta el final de la guerra. Se negó a cooperar con los alemanes y reclamó repetidamente la protección de los judíos polacos. El movimiento de resistencia polaco, uno de los más poderosos de Europa, llevaba a cabo la ejecución de los extorsionadores y colaboraba en el rescate de judíos a través de redes clandestinas como “Żegota” o mediante la fabricación de pasaportes falsos. Miembros de la resistencia (Jan Karski, Witold Pilecki, etc.) realizaron informes sobre el genocidio contra los judíos e intentaron alertar a los gobiernos occidentales.

A diferencia de la mayoría de los países aliados de Hitler u ocupados por Alemania, Polonia fue el único en el que ninguna institución u organización social o política colaboró en la creación de la maquinaria de exterminio industrial alemana.

En cuanto a la población civil, la situación era muy compleja y no puede desligarse del contexto de la época. Como ya he mencionado, la ocupación alemana fue especialmente brutal. Por supuesto, los judíos fueron su primer objetivo, pero la población polaca también sufrió enormemente los crímenes y el racismo alemanes. Los territorios polacos debían ser vaciadas de su población local y luego colonizadas por alemanes arios. Algunos polacos debían sobrevivir para servir como mano de obra en condiciones de esclavitud. Ningún otro país de Europa ha experimentado una ocupación de semejante crueldad, con la excepción de la URSS, pero allí tuvo una duració mucho menor.

Debido al gran número de judíos dispersos por todo el territorio de Polonia y a la falta de colaboración organizada por parte de la población local, los alemanes decidieron castigar con la muerte a todo aquel que escondiera judíos o les prestara cualquier tipo de ayuda. Fue una de las legislaciones más crueles de toda la Europa ocupada. Las amenazas de los alemanes fueron seguidas por sus acciones. Cualquier familia que fuera sorprendida escondiendo judíos era asesinada, incluidos mujeres y niños. No era raro que pueblos enteros fueran arrasados junto con sus habitantes. Se mataba al ganado, se quemaban o confiscaban las cosechas. Los alemanes esperaban que, con su política criminal, provocarían un reflejo de denuncia o incluso inducirían a los polacos a asesinar a los refugiados judíos o a los combatientes de la resistencia. Utilizaban una característica de la psicología humana: en una situación de extrema de pobreza y de peligro para sus propias vidas y las de sus familias, las personas empiezan a transigir con conceptos como la bondad y la moralidad. Algunos optan por morir como mártires por sus creencias, pero la mayoría no lo hace. Por tanto, es injusto exigir un comportamiento heroico a individuos sumidos en la pobreza o que viven bajo la amenaza permanente de la muerte.

Los alemanes supieron aprovechar esta situación y reclutaron a campesinos polacos para cazar judíos. Algunos lo hicieron cuando los amenazaron de muerte o para mejorar sus condiciones de vida, otros por motivos antisemitas. Cabe señalar que el método utilizado por los alemanes en Polonia no se extendió a otros países de Europa Central y Occidental. En esos países, las comunidades judías eran poco numerosas, se encontraban en una o unas pocas grandes ciudades, y la administración local –títere o realmente colaboradora– se encargaba de confeccionar listas de la población judía y de su deportación. En ocasiones, las milicias nacionalistas participaban activamente en masacres y deportaciones, como ocurría en Croacia (la Ustacha), Serbia, Rumanía, Hungría (la Cruz flechada), Ucrania o los Estados bálticos. En Polonia, los alemanes solo podían confiar en individuos aislados que actuaban en situaciones que ponían en peligro su vida o que vivían en la miseria.

Se produjeron situaciones particulares en el verano de 1941 en el este de Polonia, durante la invasión de estos territorios por Hitler. Como ya he escrito antes, la ocupación soviética fue brutal y sangrienta. Las minorías étnicas y los activistas comunistas locales colaboraban en ocasiones con las autoridades soviéticas en la perpetración de los crímenes. A sabiendas de ello, Reinhard Heydrich, director de la Oficina Central de Seguridad del Reich y artífice de la “solución final a la cuestión judía”, emitió ya en abril de ese año una orden en la que daba instrucciones a los militares alemanes para que atacaran a comunistas y judíos y aprovecharan los sentimientos anticomunistas de la población víctima de la ocupación soviética para atacarlos. Las autoridades alemanas difundieron así el mito del judeo-bolchevismo, dando vía libre a la población local para cometer asesinatos. El ejemplo más notorio de las atrocidades cometidas en aquella época y en aquel contexto por la población local contra los judíos fue el pogromo de Leópolis. En Polonia, varios incidentes pueden equipararse a los pogromos, como los ocurridos en pequeños pueblos de la región de Białystok: Jedwabne, Radziłów, Szczuczyn o Wąsosz. En todos estos casos de crímenes contra judíos cometidos por polacos, se puede hablar de la ayuda, instigación y aquiescencia de soldados o grupos operativos especiales alemanes (los llamados Einsatzgruppen).

En general, los acontecimientos de este tipo fueron marginales en Polonia. A diferencia de los Estados bálticos y Ucrania, donde los alemanes podían contar con organizaciones colaboracionistas locales (el Comando Arajs en Letonia, la Organización de Nacionalistas Ucranianos u OUN en Ucrania), los polacos no formaron milicias colaboracionistas y se mantuvieron hostiles al ocupante. Todo lo contrario, en Polonia se crearon organizaciones y redes estatales e independientes del Estado de ayuda a los judíos. Una persona de mérito en este campo fue Irena Sendler, que salvó a 2500 niños judíos del gueto de Varsovia. Por tanto, puede afirmarse con rotundidad que Polonia como país no solo no participó en el Holocausto, sino que contribuyó a salvar a los judíos, algo que no puede decirse de muchos otros países europeos.

Los judíos temían, con razón, las denuncias, que eran posibles en cualquier momento y lugar, independientemente de que sus autores actuaran por motivos viles, por odio o bajo la amenaza de los alemanes. Los que sobrevivieron conservaron este temor a ser denunciados por un vecino porque estaba ligado al miedo a lo desconocido. El uniforme alemán se identificó como una amenaza visible y obvia, la denuncia por parte de un polaco, sin embargo, no podía preverse. Por tanto, los judíos debían permanecer vigilantes en todo momento. Este trauma natural y los testimonios personales e individuales fueron manipulados después de la guerra por historiadores o sociólogos sin escrúpulos para crear una imagen falsa de la situación general de los judíos bajo la ocupación alemana de Polonia. Esto es tanto más cierto cuanto que, si bien es posible hablar de denuncias y crímenes cometidos por polacos, a fin de cuentas estos fueron poco numerosos y nunca se produjeron a una escala similar a la de otros países. La gran mayoría de los judíos polacos fueron exterminados sin participación polaca en los guetos y campos alemanes.

Es imposible determinar con exactitud cuántos judíos murieron a manos de polacos o fueron denunciados por estos a las autoridades alemanas. También es imposible decir a cuántos judíos ayudaron los polacos ocultándolos o salvándoles la vida de alguna otra manera. Muy a menudo se necesitaba la colaboración tácita de todo el vecindario o pueblo para ocultar con éxito a uno o más judíos. Decenas de personas pueden haber participado en el apoyo a los fugitivos, tanto directa como indirectamente, manteniendo en secreto el hecho de la ayuda prestada. Bastaba la traición de una sola persona para que todo el plan se viniera abajo y las vidas de todos los implicados corrieran peligro. En la actualidad, resulta mucho más fácil contar las denuncias que los gestos de apoyo. Porque es más fácil recordar a los que denuncian que a los que ayudan. Lo mismo puede decirse de la actitud de la Iglesia católica polaca. Algunos clérigos eran, por supuesto, abiertamente antisemitas, pero otros escondían judíos en sus iglesias o participaban en organizaciones humanitarias clandestinas. Muchos monasterios abrieron sus puertas para dar cobijo a los judíos. No se puede generalizar porque la Iglesia no es un bloque monolítico.

He aquí algunos elementos de respuesta a las falsas acusaciones de complicidad polaca en la maquinaria de exterminio alemana. Estas acusaciones son perpetradas por historiadores sin escrúpulos y politizados que han encontrado un nicho para sí mismos y, con la ayuda de los medios de comunicación progresistas, están intentando darse a conocer a nivel mundial. A esto hay que añadir los efectos de la propaganda comunista de posguerra, que pretendía degradar la imagen de Polonia como país “reaccionario y enemigo de la revolución”. Rusia sigue utilizando esta propaganda a día de hoy, tachando a los polacos de “fascistas” y manipulando el pacto germano-soviético. En cuanto a Alemania, intenta por todos los medios hacer recaer la culpa de sus crímenes sobre los países ocupados y sus poblaciones. El canciller Olaf Scholz declaró recientemente que Alemania estaba “ocupada por los nazis”. Desgraciadamente, en los países occidentales prevalece un flagrante desconocimiento de las realidades de la brutal ocupación de Polonia, así como la creencia de que la ocultación de los judíos en Polonia era tan sencilla como en países donde la ocupación era menos severa. Por desgracia, este desconocimiento y la propaganda antipolaca están firmemente arraigados en la opinión pública de todo el mundo, incluido Israel. Algunos comentaristas y políticos creen que Polonia quiere manipular la historia para blanquear su imagen. Creen que si algunos polacos cometieron crímenes antisemitas, toda la nación debe cargar con la responsabilidad, y el Estado también debe asumirla –a pesar de que no colaboró con los alemanes, y de hecho hizo todo lo que estuvo en su mano para salvar a los judíos. Incluso después de haber expresado una disculpa oficial por estos crímenes. A algunos círculos judíos les preocupa que Polonia intente cuestionar la singularidad de la experiencia judía del Holocausto para hacer hincapié en el sufrimiento del pueblo polaco. El sufrimiento, sin embargo, es muy real y atestigua los proyectos genocidas de los alemanes contra los polacos, que debían hacerse realidad una vez concluido el exterminio de los judíos. Lo cierto es que las autoridades polacas reconocen el carácter específico del Holocausto, del mismo modo que reconocen que algunos polacos fueron cómplices de crímenes contra judíos (actos que no pueden perdonarse ni excusarse).

El mito de la participación activa y masiva de Polonia y los polacos en el Holocausto debe tratarse del mismo modo que el mito del judeo-bolchevismo: como una manipulación cuyo objetivo es trasladar la responsabilidad de los crímenes a otras personas. Indudablemente existían criminales polacos y judíos en el aparato totalitario comunista, pero en pequeño número y de forma desorganizada e irregular. A partir de ejemplos individuales no representativos –yuxtapuestos inconscientemente o con mala fe– se han elaborado relatos específicos al servicio de quienes tienen intereses creados en ellos. Se trata de una técnica de propaganda antigua y aparentemente eficaz.

.Judíos y polacos deben luchar juntos contra estas mentiras y estereotipos, ya que los dos pueblos que han estado muy unidos durante siglos y que aman la búsqueda de la verdad deben saber que su reconciliación llegará a través de la comprensión mutua y la sensibilidad histórica.

Nathaniel Garstecka

Material protegido por los derechos de autor. Queda prohibida su distribución salvo permiso explícito de la editorial. 22/09/2023