La libertad es indivisible
Hoy la guerra, y una guerra excepcionalmente cruel, está cerca, y tanta gente en Occidente se sorprende de que los ucranianos no quieran rendirse, de que no quieran ser rusos. ¿Por qué no se entiende en Occidente la determinación de los ucranianos?
.La agresión rusa contra Ucrania, que comenzó hace un año, ha vuelto a poner de manifiesto diferentes jerarquías de sentidos y valores en Europa. Muchas personas de Occidente se preguntan por qué los ucranianos y sus vecinos del este de Europa sienten un amor tan furibundo por la libertad. Esta cuestión plantea por sí sola una reflexión fundamental sobre hasta qué punto los europeos se entienden realmente entre sí. ¿Por qué el ciudadano medio polaco, lituano o rumano tiene un mayor conocimiento sobre la situación en Alemania, Francia o el Reino Unido que el alemán, francés o inglés medio sobre Polonia, Lituania o Rumanía? Al fin y al cabo, no es solo una cuestión de distancia. Para los ciudadanos de los países de Europa Occidental, lo importante son, por supuesto, sus asuntos cotidianos, pero en su momento la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos de las personas negras en Estados Unidos, el golpe de Estado en Chile o la resistencia contra el Apartheid ocuparon los titulares de los servicios informativos. Hoy la guerra, y una guerra que es extremadamente cruel, está más cerca, y aún así mucha gente en Occidente se sorprende de que los ucranianos no quieran rendirse, de que se nieguen a ser rusos. ¿Es solo la distancia lo que hace que en Occidente sea imposible comprender la determinación de los ucranianos o la sacrificada ayuda de los polacos, a pesar de la difícil e incluso sangrienta historia de las relaciones entre Polonia y Ucrania?
Dicen que el primer nivel de musicalidad consiste en distinguir cuándo se está tocando y cuándo no. El primer nivel de las relaciones entre las personas, pero también entre las naciones, es darse cuenta de la existencia de los demás. Quizá el segundo paso sea el interés. El objeto de este interés, la relación entre Rusia y sus vecinos directos, no es sencillo. Y, sin embargo, si uno quiere entender qué sucede con los ucranianos, los polacos o sus vecinos implicados en la ayuda a Ucrania, simplemente tiene que interesarse por su política, su historia y su cultura, y no mirar la situación en Europa Central desde la perspectiva del propio interés o incluso de la propia conveniencia, como hacen hoy los alemanes, probablemente todavía soñando ante la perspectiva de los supuestos beneficios de las relaciones especiales con Rusia. ¿Es la libertad un valor divisible? ¿La merecen unos más que otros? ¿Tienen algunas personas derecho a beneficiarse privando a otras de su libertad? Los motivos de Rusia, que persigue sus sueños imperiales utilizando métodos completamente bárbaros, ni siquiera los mencionamos, aunque no faltan falacias al respecto en Europa Occidental.
Los asuntos de Europa Central y Oriental llevan tiempo en el radar de la opinión pública europea. En el último Festival de Eurovisión, la canción “Snap”, interpretada por la cantante armenia Rosa Linn (de apellido real Kostandian), quedó en la vigésima posición en la final. La melodía pegadiza probablemente atrajo la atención, pero la dificultad de la letra no facilitó, desde luego, que consiguiera un mayor éxito. Éste llegó más tarde: la canción entró en las listas de éxitos de muchos países, pero todavía son pocos los que se toman la molestia de descifrar su mensaje. Las restricciones de la censura, los textos de carácter político no pueden participar en el Festival de Eurovisión, fomentan la invención poética. Rosa Linn ha introducido así, de contrabando, toda una carga de emociones que merece la pena asimilar. Porque la artista no puede olvidar sus trágicas e hipócritas experiencias. Probablemente trata de la guerra con los azeríes, pero podría refererirse a cualquier otra agresión y a cualquier otra atrocidad. Oye, que niegue agitando la mano o que niegue “chasqueando los dedos”. Sin embargo, la palabra “snap” tiene muchos significados. Cuando se hace este gesto, se podrá intentar olvidar a los opresores, pero no habrá consuelo para este mágico hechizo. “¿Dónde estás?”, pregunta entonces Rosa Linn. Como nadie se pronuncia, la artista abandona la esperanza. Puede que ésta sea “la última canción de este tipo”, como canta Rosa Linn, pero ¿cuántas últimas canciones puede haber? ¿Por qué nadie puede oírlas?
Quizá porque la palabra “libertad” tiene un sabor completamente distinto en Europa Occidental y en Europa Central, por no hablar de Rusia. Los pensadores occidentales han perpetuado la idea de que solo existe la libertad negativa, que hay que eliminar todas las restricciones, y que la libertad positiva, o la preocupación por el bien común y otros valores positivos, amenaza con la coacción, y que la coacción es lo último que se desea. Así pues, la libertad occidental se asocia principalmente con la abundancia, la salud, el placer y el disfrute sin obligaciones. Esto es por lo que se lucha en las manifestaciones. El impulso de la hospitalidad hacia los “refugiados” de 2015 resultó ser un gesto falso, al igual que las manifestaciones bajo el lema “je suis Charlie”. Confundieron el altruismo con la falta de sentido común. Ahora el altruismo ha quedado al margen. Lo importante es luchar contra el calentamiento global, reduciendo así la cría de vacas, y excluir a esos pícaros que, como supuestas mujeres, quieren ganar en los deportes femeninos. Allí donde se necesita un “progenitor 1” y un “progenitor 2” para concebir un hijo, es difícil dejarse afectar por los barrios enteros de viviendas de ucranianos destruidos por los rusos. ¿Dónde han ido a parar esos maravillosos impulsos de solidaridad con “Solidaridad”? Este tipo de libertad negativa ya ha calado en algunos círculos de los países centroeuropeos, pero aún no ha dominado la opinión pública de estos países. Aquí, todavía impresionados por la tragedia de los vecinos, les abren las puertas, les dan de comer y les ayudan a encontrar refugio. A partir de ahí, se desplazan por el mundo para dar la alarma sobre la injusticia y la barbarie y movilizar la ayuda.
Quizá sea también una cuestión de imaginación y empatía. ¿Es demasiado esperar de los occidentales este tercer grado de relaciones humanas? En Polonia y en los países situados entre Alemania y Rusia, la libertad tiene un valor especial, porque recordamos el precio que, en ocasiones, hemos tenido que pagar por ella. En Polonia, el recuerdo de las deportaciones masivas de polacos a Siberia o de los campos de concentración alemanes para niños aún perdura a lo largo de las generaciones. Es difícil olvidar la devastación causada por la agresión alemana de 1939, ya que sus efectos materiales aún se dejan sentir hoy en día. Lo recordaremos, además, independientemente de si Alemania paga el resarcimiento de los daños a Polonia y, independientemente de cuándo la Unión Europea deje de vilipendiar a nuestro país a cambio de dinero ruso. Así que en Polonia podemos imaginarnos lo que siente una mujer ucraniana cuyo hijo ha sido asesinado por los rusos, y que no tiene dónde vivir porque su casa está en ruinas. La mayoría de los lituanos, letones o estonios tienen en su familia a alguien que murió en las fauces del Gulag. Ellos también pueden comprender lo que ha significado la deportación de miles de niños ucranianos al este y la falta de un refugio para los que se han quedado.
.La falta de imaginación y empatía hace que en Occidente sea difícil darse cuenta de que lo mismo podría ocurrirles a los hijos de los franceses, alemanes o italianos. Al parecer, Putin le dijo al ex primer ministro británico Boris Johnson que no quería hacerle daño, aunque con misiles esto podría conseguirse en un instante. Quizá por eso los británicos apoyan a Ucrania. Quizá el presidente Macron o el canciller Scholz no hayan oído nada parecido, pero ¿significa eso que no pueden llegar a oírlo? Si esto les resulta difícil de imaginar, quizá valga la pena que la opinión pública occidental reflexione sobre ello.
Wojciech Roszkowski