
Un laboratorio para la formación de Europa
El Levantamiento de enero fue una gran oportunidad para destruir la solidaridad de los tres países invasores y obtener el apoyo de las potencias occidentales: Francia y Gran Bretaña.
El Levantamiento de enero estalló el 22 de enero de 1863. Los insurgentes acudieron deficientemente armados a la batalla. No lograron capturar ninguna ciudad clave ni controlar permanentemente una región importante. No obstante, el irredentismo de enero fue la mayor y más duradera rebelión armada por la independencia de Polonia que tuvo lugar durante el período de las particiones. En ella tomaron parte hasta 200 000 personas.
El levantamiento no adquirió el carácter de guerra regular, sino que la mayoría de las tierras polacas quedaron cubiertas por una red de estructuras clandestinas que actuaban como apoyo civil para las tropas escondidas en los bosques. Funcionaba un gobierno secreto, se recaudaban impuestos, se organizaron un correo y una prensa clandestinos. Los insurgentes también tenían sus representantes extranjeros. Con la fuerte implicación de las familias aristocráticas Czartoryski y Zamoyski, el Hotel Lambert creó una red de centros y contactos por toda Europa. La representación del gobierno insurreccional en la emigración se ocupaba de obtener dinero y armas, pero también, y no menos importante, de organizar el apoyo político en el extranjero.
La crisis internacional, una oportunidad para Polonia
Cuando se debaten las oportunidades de Polonia de recuperar su independencia en el siglo XIX, es habitual señalar el Levantamiento de noviembre como el que tenía más posibilidades de éxito. Teniendo en cuenta únicamente la capacidad militar, no cabe duda de que así era. Sin embargo, si nos fijamos en la situación internacional, tienen razón quienes sostienen que fue el período del Levantamiento de enero el más favorable a la rebelión armada independentista. Fue entonces cuando surgió la oportunidad de destruir la solidaridad de los tres países invasores y obtener el apoyo de las potencias occidentales: Francia y Gran Bretaña.
La situación a finales de 1950 y principio de 1960 no era favorable para los polacos. Francia, que había sido el principal apoyo político de los movimientos nacionales e independentistas europeos desde los tiempos de Napoleón I, se acercó a Rusia tras la guerra de Crimea. Sin embargo, había diferencias significativas entre las potencias. Mientras Rusia estaba interesada en mantener el orden internacional de la época, Francia deseaba desmantelarlo. Napoleón III pretendía basar las fronteras del país en el Rin, y esto solo podía hacerse a costa de Prusia. Además, la opinión pública francesa se apartaba gradualmente de Rusia debido al asunto polaco. La manifestación del 8 de abril de 1861, durante la cual los rusos utilizaron las armas y mataron a más de un centenar de patriotas polacos, tuvo una gran resonancia en Europa. Los sucesos de Varsovia provocaron la simpatía de la opinión pública francesa y europea.
Al principio, Napoleón III ejerció presión diplomática sobre Rusia en un esfuerzo por no estropear las relaciones con el zar. La Convención Alvensleben, firmada por Rusia y Prusia pocas semanas después del estallido del Levantamiento de enero, se convirtió en un punto de inflexión. El acuerdo hablaba de la cooperación entre los estados en la represión de las insurrecciones. Desde el punto de vista de Francia, la alianza ruso-prusiana amenazaba con alterar el equilibrio de poder en Europa y desbarataba las esperanzas de Napoleón III de basar las fronteras del país en el Rin. París se opuso enérgicamente al gobierno de Berlín, advirtiendo que si las tropas prusianas participaban en la represión del levantamiento polaco, Francia no permanecería de brazos cruzados.
Austria y Gran Bretaña también se sentían intranquilas por la cooperación ruso-prusiana, lo que las convertía en potenciales aliadas de Francia. El 17 de abril se produjo la intervención diplomática de estos estados en el asunto polaco. Como se trataba de tres discursos distintos y no de una posición común, el ministro ruso de asuntos exteriores, Gorchakov, ganó tiempo solicitando propuestas a los países occidentales para resolver la crisis del Reino de Polonia. Cuando las tres potencias presentaron en junio un plan de seis puntos para poner fin pacíficamente al levantamiento y restablecer la autonomía en el Reino, Rusia se negó a celebrar más consultas diplomáticas. Francia empezó entonces a sondear a Gran Bretaña y Austria para comprobar si estaban dispuestas a emprender acciones militares contra Rusia.
Austria, clave desde el punto de vista de un posible apoyo al levantamiento, entabló negociaciones, pero finalmente decidió no arriesgarse a desencadenar una guerra europea. El estallido del levantamiento supuso en sí mismo un fuerte debilitamiento de Rusia desde el punto de vista de Viena. A Gran Bretaña tampoco le entusiasmaba una alianza militar con Francia. El gobierno de Lord Palmerston temía que una guerra victoriosa asegurase la hegemonía de París en el continente. Napoleón III hizo su último intento de actuar en la cuestión polaca en noviembre, con una iniciativa internacional para convocar una conferencia europea que resolviera todos los grandes problemas de seguridad europeos. Esta iniciativa fue acogida favorablemente por muchos países, incluida Prusia, pero fue torpedeada por la diplomacia británica.
La opinión francesa, favorable a los polacos
La simpatía de Napoleón III hacia la causa polaca no se debía únicamente a factores geopolíticos. La fuerte posición política de la emigración polaca en Francia también era importante. Una figura influyente en la política francesa fue, por ejemplo, el hijo ilegítimo de Napoleón I y Marie Walewska, Alexander Colonna-Walewski, que fue ministro de asuntos exteriores francés en los años 50 y diputado y ministro de cultura durante el período de levantamiento. La aristocracia polaca tenía acceso a Napoleón III e influencia en otros círculos, incluidos los legitimistas y la Iglesia. A su vez, los círculos de emigrantes demócratas podían contar con el apoyo de los círculos republicanos franceses.
La prensa francesa apoyó firmemente el levantamiento polaco. Fueron importantes las actividades del Hotel Lambert, que financiaba publicaciones que simpatizaban con Polonia. Faborables con la causa polaca eran tanto “L’Opinion Nationale”, asociada con Napoleón, como la revista “Le Siècle”, principal diario de la oposición republicana. En la revista satírica “Le Charivari” se publicaron numerosos dibujos y caricaturas que ridiculizaban a Rusia. Entre los principales columnistas de la importante revista intelectual de la época, “Revue des Deux Mondes”, se encontraba el polaco Julian Klaczko. Uno de los influyentes diarios parisinos, “Le Temps”, fue fundado por el emigrante polaco Edmund Chojecki. Este diario, al igual que “L’Opinion Nationale” y “Le Progres de Lyon”, tenía su corresponsal en Polonia, Paul Argant.
La causa polaca también contó con el apoyo de destacados intelectuales, como Jules Michelet y Edgar Quinet. En marzo de 1863, Michelet escribió para “L’Opinion Nationale”: “Rusia siempre seguirá siendo ella misma. El cambio de la persona del zar no introduce ningún elemento nuevo. Bajo Alejandro II, encarnación de facto del eterno zar en el Kremlin, la espantosa burocracia se superó a sí misma desde la época de Nicolás. Rusia sigue siendo la misma: como nación corrupta, saquea, asesina, destruye. Así la vimos durante la masacre en las calles de Varsovia, así la vemos en marzo de 1863. Polonia es una segunda Francia, con todos nuestros viejos defectos y virtudes, pero con el martirio añadido, con dones especiales elevados hasta el éxtasis”.
Victor Hugo también expresó su apoyo a la lucha de los polacos. En febrero de 1863, escribió un llamamiento a los soldados del zar, que incluía las siguientes palabras: “Soldados rusos. Dejad que los polacos sean vuestra inspiración, no luchéis contra ellos. Tenéis ante vosotros en Polonia no un enemigo, sino un modelo”. Una versión francesa de la proclamación se publicó en “La Presse” y “Le Courrier du Dimanche”, entre otros. Entre los columnistas católicos, uno de los principales portavoces de la causa polaca era el conde Charles de Montalembert, autor de “Une nation en deuil: la Pologne en 1861” (1861) y “Le pape et la Pologne” (1864).
Las simpatías francesas hacia el levantamiento también se manifestaban en el campo de batalla. Los historiadores tienen constancia de más de setenta voluntarios franceses que lucharon contra Rusia. Leon Young de Blankenheim, mencionado anteriormente, murió en la batalla de Brdów en abril de 1863. Otro francés, François de Rochebrune, formó el destacamento de “zuavos de la muerte”. Los zuavos eran una excelente unidad cuyos soldados juraban no retirarse durante un ataque. Los soldados de Rochebrune se distinguieron en la batalla de Miechów y en la de Grochowiska, entre otras.
Una Gran Bretaña distanciada
El interés británico por la situación en Polonia había ido en aumento desde la masacre de la Plaza del Castillo del 8 de abril de 1861. El ministro de asuntos exteriores de ese país, John Russell, condenó las acciones de las autoridades rusas durante un discurso en la Cámara de los Comunes. Tras el estallido del levantamiento, el 27 de febrero de 1863, se celebró un debate en el Parlamento sobre los acontecimientos sucedidos en Polonia. Como escribió Lord Palmerston: “La Cámara de los Comunes estaba unánimemente a favor de Polonia, y Seymour Fitzgerald estaba incluso dispuesto a ir a la guerra. La opinión sobre la postura de Rusia era unánime, pero Walpole advirtió cautelosamente contra tomar la iniciativa fuera de las manos del gobierno”. Las élites británicas, tanto las liberales en el poder como las conservadoras, se mostraron cautelosas al respecto y, en general, se opusieron a una intervención militar en favor de Polonia. Los gestos del gobierno británico hacia los polacos estaban ligados no solo a la simpatía, sino también al deseo de romper la alianza franco-rusa, desfavorable para los intereses británicos.
Cuando Francia rompió con Rusia, el interés de la clase política británica por el levantamiento disminuyó visiblemente. En abril de 1863, el embajador británico en San Petersburgo, Lord Napier, argumentó que la restauración de Polonia daría lugar a esfuerzos para restablecer las fronteras históricas y que una Polonia católica fuerte sería un aliado natural de Francia. “The Times”, cercano al gobierno y que inicialmente declaró su apoyo a la causa polaca, publicó en agosto un artículo en el que cuestionaba la conveniencia de financiar una posible acción militar y arriesgar la muerte de soldados británicos. En septiembre, John Russell volvió a criticar la actuación de las autoridades rusas, pero al mismo tiempo afirmaba que Gran Bretaña no estaba en condiciones de forzar ninguna concesión por parte de Rusia.
El caso polaco, sin embargo, recibió un apoyo considerable de la sociedad británica. En casi todas las grandes ciudades se celebraron concentraciones y manifestaciones en apoyo de Polonia. El representante polaco en Gran Bretaña, Władysław Zamoyski, participó en muchas de ellas. En julio se fundí la Liga Nacional para la Independencia de Polonia, al frente de la cual se encontraba Edmond Beales. Entre los defensores de la causa polaca se encontraba el eminente filósofo liberal John Stuart Mill.
La insurrección polaca recibió su mayor apoyo en los círculos sindicales y en el semanario “The Bee-Hive”, que los representaba. Uno de los publicistas que instaron a apoyar el levantamiento polaco fue el influyente historiador y filósofo Edward Spencer Beesly. Durante una gran manifestación en St. James Hall, el 22 de julio, además de diputados y sindicalistas británicos, acudió una nutrida delegación de trabajadores franceses. El discurso conjunto de sindicalistas británicos y franceses marcó el inicio de una colaboración cuya siguiente etapa fue la creación de la Primera Internacional en septiembre de 1864. En el ambiente reinante en el movimiento sindical británico también partició Karl Marx, que vivía en Londres y que expresó su simpatía hacia el levantamiento. Su actitud benevolente hacia Polonia provenía tanto de su percepción de Rusia como una fuerza retrógrada como de su valoración de Prusia como una fuerza que desempeñaba un papel negativo en Alemania, y de que la restauración de Polonia implicaría el debilitamiento de Prusia.
Italianos y húngaros con muestras de gran simpatía y apoyo
El Levantamiento de enero despertó interés y simpatía en Italia. La interrelación entre el movimiento italiano del risorgimento y los emigrantes democráticos polacos se remonta a los movimientos carboneros de los años 30 y 40. Los italianos seguían intentando liberar las regiones que estaban bajo el dominio de los Habsburgo. Los polacos admiraban los éxitos del movimiento nacional italiano. Garibaldi se convirtió en el segundo héroe extranjero fuertemente presente en la tradición independentista polaca del siglo XIX después de Napoleón. Hubo una escuela militar polaca en Génova y más tarde en Cuneo, cuyos graduados se unieron a las filas de la insurgencia. Los italianos ayudaban a los conspiradores polacos en la compra de armas. Unos cincuenta voluntarios italianos reforzaron las tropas insurgentes. Entre ellos se encontraba Francesco Nullo, cercano a Garibaldi, que fue asesinado poco después de cruzar la frontera del Reino. Se elaboraban planes para un desembarco italiano en la costa del Mar Negro. Sin embargo, no se produjo una cooperación política más profunda entre el Gobierno Nacional y Garibaldi, ya que los italianos estaban interesados en actuar contra los austriacos, y los polacos buscaban construir una alianza franco-austriaca que pudiera conducir a una guerra europea y, en consecuencia, a la restauración de una Polonia libre.
El giro no se produjo hasta principios de 1864, cuando las relaciones franco-austriacas se deterioraron y Austria comenzó a acercarse políticamente a Rusia y Prusia. El Gobierno Nacional dirigido por Romuald Traugutt entabló conversaciones que tenían como objetivo el reclutamiento de italianos y húngaros para el levantamiento contra Austria. El 6 de junio de 1864, un representante del Gobierno Nacional, Józef Ordęga, firmó con Garibaldi un tratado formal anunciando una actuación conjunta. Sin embargo, se trataba en realidad de una declaración de intenciones que ninguna de las partes fue capaz de cumplir.
El Levantamiento de enero gozó de gran simpatía en Hungría. Al menos un centenar de voluntarios se dirigieron a Polonia desde el Danubio, y Lajos Kossuth planeó establecer una legión de voluntarios húngaros. Sin embargo, finalmente no se produjo una cooperación más amplia con Hungría. Como en el caso de los italianos, los húngaros estaban principalmente interesados en luchar contra Austria, mientras que a principios de 1864 los polacos contaban con la participación de Austria en la guerra contra Rusia. El acuerdo firmado en marzo de 1864 por Józef Ordęga y György Klapka, del Comité Nacional Húngaro, para luchar juntos contra Austria y Rusia ya no pudo influir en el destino del levantamiento.
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El Levantamiento de enero estuvo vinculado al proceso de modernización de la configuración política de Europa. El Viejo Continente, donde hasta la Revolución Francesa el orden se basaba en el principio dinástico, se transformaba gradualmente en una Europa de estados nacionales constitucionales y republicanos. Por esta razón, también se unieron al levantamiento muchos voluntarios de naciones que luchaban por establecer o fortalecer sus estados: húngaros e italianos; los rusos que querían transformar su país en un estado constitucional moderno también lucharon en el bando polaco.
.Tanto en el Levantamiento de noviembre como en el de enero faltó un factor importante. En 1830 no existía un apoyo internacional adecuado y en 1863 faltaba un ejército regular. Quizás si los polacos hubieran tenido un ejército comparable al que luchó en la guerra contra Rusia en el período 1830-1831, la decisión de apoyar a Polonia habría sido más fácil. Solo estos dos factores juntos podían hacer que Polonia resistiera al ejército ruso. Pero la derrota en el Levantamiento de enero no fue exclusivamente una derrota para los polacos. Como demuestran los incidentes de los años siguientes, no solo Rusia, sino también Prusia, se aprovecharon de la falta de decisión de Occidente. Apenas dos años después del colapso del levantamiento, Bismarck infligió una derrota a Austria en Sadowa, y en 1870 Francia fue derrotada en Sedán. Dos de las tres potencias que no intervinieron a favor de Polonia se convirtieron en víctimas de su propia indecisión.
Robert Kostro