Marek KACPRZAK: La balada de Łódź

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Marek KACPRZAK

Ryc.: Fabien Clairefond

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Aquí te sentirás como en casa – vamos a vivir felices sin que los príncipes, obispos u otros nobles te encuentren… Te buscaré un trabajo, aunque sea penoso – prosiguió la selva. – No te escatimaré madera ni miel de las colmenas silvestres, incluso puede que a veces te toque un bisonte, uro o alce… (“La leyenda de Lodz”)    

.Inseguro examino el alrededor. Estoy asombrado y receloso. Y algo confundido. Me da miedo salir. Experimento una incertidumbre. Como si me hubiera equivocado de camino. Como si no hubiera llegado adonde quería llegar. Tal vez sea mejor. Me doy cuenta de que el lugar en el que acabo de hallarme siempre es el principio o el fin. Es el lugar para empezar o acabar el viaje. La estación de trenes Lodz Fabryczna hace tan solo unos años era una ruina que había que tolerar, preferentemente sin dirigirle miradas, sin respirar su olor, sin identificarse con ella para no tener vergüenza de que algo así puede constituir el punto central de la ciudad. Y a la vez ser el remordimiento, moho o las células cancerígenas en el tejido urbano que o se extirpa o se deja para que poco a poco consuman el cuerpo generando el cada vez más intenso sufrimiento.

Cuesta creer en esta metamorfosis. Contemplando estas nuevas murallas no dejo de preguntarme si Lodz Fabryczna ha pasado por la quimioterapia, un transplante o tal vez al paciente se le dejó expirar para que su lugar pueda ocupar el siguiente. Es precisamente eso lo que me da miedo seguir caminando. Temo salir de la estación. ¿Qué hago si fuera ya no existe la ciudad que conozco y que pegaba con este descuidado símbolo que era la antigua estación? Me quedo parado y comparo el imágen de lo real con lo que había hace unos años y lo que contribuyó a que hoy día  Lodz es como es y no como siempre ha aspirado a ser. Aunque, a decir verdad, quién sabe como quería ser. Nunca ha sido capaz de manifestar como quiere ser. Porque aquí, tanto en la estación como en la ciudad cada uno anda según su propio horario, según su propio destino y según sus propias motivaciones. Se combinan las ideas, las necesidades y las expectativas al igual que a lo largo de los años se han mezclado diferentes idiomas, culturas y pueblos. Lodz parece ser toda una estación de trenes donde constantemente se mezcla un montón de personas no relacionadas entre sí de ninguna manera aparte de que por un momento hacen la misma cola y después bruscamente todos se abren camino para salir. Quizá trabajen en la misma fábrica, estudien en la misma escuela o compartan otra iniciativa, pero a fin de cuentas cada uno sigue su propio camino.

Lodz acoge a todo el mundo. A los suyos, a los de fuera, a los nativos y a los inmigrantes. Como cualquier estación. No pregunta quién eres ni para qué has venido o a dónde vas. Con los brazos abiertos recibirá tanto a un burgués como a un campesino. A un obrero y a un artista. A un polaco, judío, alemán o estudiantes del mundo entero que viven aquí en un internado llamado “La Torre Babel” donde se cruzan sus idiomas, culturas y caminos. Aunque sea por un instante, le da refugio a un católico y un ortodoxo. Y así desde siempre.

.Lodz es una ciudad donde se cruzan los caminos de los ya inútiles obreros y costureras a los que se les ha quitado las máquinas por lo tanto ya no saben qué hacer con sus extenuadas manos. Aquí es donde los caminos de los directores del cine que sueñan con el Premio Oscar recebido por Polański o Wajda se cruzan con los caminos de los hilanderos que hace mucho han abandonado todos sus deseos perdiendo a la vez su sonrisa que nunca vuelve a sus caras, ni siquiera cuando pasan al lado de un piano de bronce que recuerda que durante su largo viaje, un tal Artur Rubinstein se ha quedado aquí un buen rato.

Él, ellas, ellos, cualquier persona. Aun cuando no se lo creían posible igual podían encontrar aquí su tierra prometida. Antes seguían el humo de las chimeneas de las primeras fábricas propulsadas por las máquinas de vapor que les dejaban salir de la pobreza campesina y construir su visión de la felicidad a base de la pobreza urbano-obrera. Esta tierra prometida la buscaban los comerciantes, obreros, manufactureros, estudiosos, clérigos, actores… Buscaban lo que ellos mismos se habían prometido. Buscaban aunque jamás se les hubiera informado de lo que debía de ser. Buscaban a ciegas, fiándose de que en algún rincón se esconde la suerte. Buscaban y como no la encontraban, languidecían y cada vez más pasivos contaban con que iba a ser la suerte la que les iba a encontrar a ellos. Y que algún día entenderán como en toda esta abundancia de necesidades, objetivos, emociones y sueños construir una identidad única y coherente.

¿Cómo definir la existencia aquí donde el ladrillo de las fábricas linda con las molduras modernistas? ¿Cómo encontrar el camino si cada dos por tres se pasa por las coloridas iglesias ortodoxas que contrastan con los lúgubres muros  de las iglesias evangélicas en cercanía de las catedrales neogóticas? Aun la historia de este lugar ha empezado repentinamente y sin ningunas raíces en la Edad Media. Hubo que imitarla. Es que desde siempre todo aquí de repente aparecía e igual de repente desaparecía. Igual que los trenes en la estación Lodz Fabryczna que llegan, se quedan un rato y se vuelven a ir. Me he parado aquí. Los demás pasajeros están pasando y yo me doy cuenta de que Lodz es la ciudad de paseo, una ciudad pasajera, una ciudad temporal que quiere saber cómo convertirse en el destino en vez de ser solamente una parada en el camino a…

.Hace años vinieron aquí los campesinos que cambiaron las guadañas por las máquinas sin convirtirse en ningún momento en los verdaderos obreros y creando sus propias comunidades en las casas de vecindad separándose de los desconocidos y condenándose a una eterna alienación. La ciudad que en aquel entonces llegó a crear el mayor centro industrial no consiguió desarrollar una cultura burgués. La cultura pueblerina se transformó ligeramente en la cultura obrera y así se ha quedado, porque la cultura urbana, creada por los magnates, estaba cerca, pero fuera de su alcance.

La disparidad ha pasado a ser un símbolo. Da esperanza y es maldición a la vez. La satisfacción y al mismo tiempo el deseo. La capital de posguerra se creó aquí el almacén de la industria ligera sin ofrecer practicamente nada cuando dicha industria colapsó. Miles de obreros tuvieron que reconstruir su identidad y de nuevo buscarse su lugar en el mundo. Esta gente ni siquiera llegó a crear su nueva identidad cuando esta les fue arrebatada. Y nadie les ayudó a crearla. Sus esfuerzos a escondidas observaban tan solo los que partían de aquí a la capital del país y a la capital del mundo cinematográfico. Wajda, Polański, Kieślowski, Munk, Zanussi, Sobociński, Starski y Kutz llevaron consigo este inquieto espíritu de la inquieta ciudad e inquita gente. Los que se quedaron y crearon el arte de off o underground, pintan su ciudad de manera comprensible solo para ellos mismos y totalmente ininteligible para los demás. Y una vez más viven en dos mundos paralelos que se cruzan todos los días esperando a cada paso que por fin llegue un día en el que todos coincidan y se conviertan en una unidad.

De vez en cuando reaparece este deseo, dado que inconscientemente se espera la llegada de un mesías que indique el camino y a quién seguir y para una vez por todas dejar de dispersarse en diferentes direcciones. A veces la esperanza la trae un caminante que por casualidad pase por aquí como por ejemplo David Lunch que prometió fundar una sede de Hollywood en las arruinadas e inútiles fábricas de Lodz y afirmaba que ¨la fealdad puede ser bella¨. Otras veces son los que creen que con ayuda de los jóvenes diseñadores de moda serán capaces de construir aquí el segundo París o Milán invitando a las mejores modelos del mundo que probarán que Lodz y sus mejores costureras pueden transformar un tejido en algo que le alucinará al mundo entero. Incluso las autopistas que se han cruzado casi en la misma ciudad dan esperanza de que a partir de ahora será más fácil determinar el acimut, su estrella polar dado que es la primera vez en la historia que a no saber por qué la ciudad alejada de las principales rutas comerciales y ríos se ha encontrado en el cruce de caminos de las personas que viajan por el país y el continente. Los que han perdido la esperanza, de prisa van abandonando la ciudad. Los demás, sin embargo, siguen esperando convencidos de que los que van viniendo algún día traerán nuevas perspectivas. Porque tienen tanto para ofrecer.

Durante años Lodz construyó en su alrededor una cadena de anónimos bloques de pisos que la han rodeado con un muro y encerrado en un cerco de hormigón pensando que así nadie se escapará. Sin embargo, los muros ni llegan a detenerles a los habitantes ni les dejan respirar. Supongo que ahora mismo me da miedo salir de la estación porque puede que fuera ya no haya la Lodz obrero-modernista y que haya una ciudad totalmente nueva parecida a las casas de cristal de Żeromski.

.Cuando alguien me garantice buscando su nueva identidad y su nueva imagen Lodz no se olvidará de lo que es, daré un paso hacia la calle Piotrkowska, Kościuszki, Bałut.  Tal vez incluso me siente un rato en un banco al lado de la figura de Tuwim para contemplar sus versos y pensar que esta ciudad por fin encontrará su propia identidad y empezará a enorgullecer de todo lo que le ha ofrecido al mundo, es decir, de su gente, de su arte, de su espíritu laboral y la convicción de que vale la pena luchar por sí mismo y siempre fiarse de que la lucha tiene sentido.

Marek Kacprzak

Material protegido por los derechos de autor. Queda prohibida su distribución salvo permiso explícito de la editorial. 04/01/2017