
Tentación imperial de Europa

Cuando en 2007 estalló la crisis financiera, en el foco de crítica se encontraron los países del sur de Europa. Revivió entonces la creencia sobre profundas diferencias culturales que dividen la ascética, posprotestante Europa del Norte y la Europa del Sur, la sibarita, despilfarradora, que descuida las finanzas y el derecho.
No obstante, se evitaba los llamados a expulsar Italia o España de la Unión, a atenuarlos, eludir, a apretarles tornillos (aunque a Grecia efectivamente se los apretaron). Era más bien del Sur dónde se oían voces unioescepticas. Un filósofo italiano, Giorgio Agamben, constató entonces que con tan grandes diferencias de estilo de vida y valores, la Unión no tenía sentido y formuló la propuesta de creación de una nueva unión de los países del Sur, con referencia a la idea del imperio latino, proclamando antes por Alexandre Kojève. Pero ¿qué sería la Unión sin Italia, España o Grecia, a los que los europeos del Norte van de vacaciones con tantas ganas, cuyos monumentos y paisajes todos adoramos?
Europa Central y Oriental no puede contar con tanta empatía y simpatía. Su diversidad tradicionalmente se entiende como un defecto o imperfección en la incorporación de un modelo imperante desarrollado en el Oeste, ahora codificado en Bruselas. Es una forma de pensar muy arraigada en las narraciones de la historia europea. La europeidad de los países al este del río Elba era presentada como el efecto del traslado de un modelo de civilización o incluso de colonización. Todo lo que movía a Europa Central para adelante era supuestamente traído del Oeste, y lo que la frenaba, eran las tradiciones endógenas. Los luminarios del intelecto de Ilustración, tales como Kant, Voltaire o Diderot, estaban convencidos de que solo déspotas iluminados podían forzar estas naciones a ir en el camino de progreso.
Ese no muy elaborado modelo de pensamiento sigue hoy en día. Nuestra democracia, nuestros éxitos en la transformación de la economía son –para muchos politólogos especialistas en las investigaciones de la UE– no es una obra de nosotros mismos, sino de la socialización por parte del Oeste y de las dotaciones de la Unión. Y las manifestaciones de la subjetividad política de los países centroeuropeos son muchas veces percibidas con una indignación como algo al borde de la decencia, algo no acorde al espíritu de la historia. Primero el Grupo de Visegrado molestó el Oeste con la negativa a la acogida de los inmigrantes, ahora fue el veto de Polonia y Hungría. Incluso la independencia de la cooperación en el marco de Tres Mares es motivo de preocupación guardada con dificultad: ¿Cómo un proyecto tan valioso para Europa puede nacer y desarrollarse de forma independiente, sin control?
Los países de Europa Central y Oriental fueron creados o renacieron en los escombros de los imperios otomano, habsburgo, wilhelmiano y ruso. No puede sorprender pues el miedo existente en Europa Central y Oriental de un imperio opresor. Aquí es viva la conciencia que no se puede estar libre como individuo, si no es libre la nación, que la libertad política es una condición para que el individuo esté libre. La idea de autodeterminación traída a Europa desde los Estados Unidos, aunque realizada de forma no consecuente y con errores, era la legitimación de nuestra libertad. Incluso los húngaros, quienes sufrieron después de la Primera Guerra Mundial enormes pérdidas territoriales, no la cuestionan. Desde entonces en Europa ya no había emperadores. Después de 1945 esos países de nuevo fueron incorporados al brutal imperio soviético o puestos a su servicio. Y cuando en 1989 aparecieron de nuevo como naciones libres, organizadas en unos países independientes, parecía que eso ocurría contra la lógica histórica vigente en Europa. La respuesta iba a ser la idea de la Unión ampliada, basada en un compromiso, que valora la diversidad, rechaza el totalitarismo y experimentos sociales a gran escala que garantizaba en sus tratados que en cuestiones estratégicas la voluntad de cada país iba a ser respetada.
Sin embargo, hoy esta visión parece alejarse de nosotros cada vez más. Se refuerza, en cambio, una tendencia según la que la naciones europeas más débiles y pobres son dominadas. Como se nos intenta convencer, se necesita una Europa más unida, consolidada, en la que deje de ser vigente la regla de unanimidad; y en la que se realicen los valores europeos según su interpretación aplicable a todos. Según ella el respeto a la dignidad del ser humano no prohíbe ni el aborto ilimitado, ni eutanasia, ni producción de niños para diferentes parejas que los necesiten, ni cambio de sexo a petición. La no discriminación tiene que significar la admisión de los matrimonios del mismo sexo y la adopción de niños por ellos. La equidad de mujeres y hombres significa la negación de cualquier diferencia entre ellos. Los derechos humanos no permiten la limitación eficaz de una inmigración masiva, etc. Y un estado de derecho tiene que ser guardián de así comprendidos derechos fundamentales.
La Unión pretende convertirse en una apisonadora enorme que unificará las naciones de Europa según el modelo entendido como el único correcto y axiológico. Nosotros en Europa Central, sin embargo, tenemos alergia a las únicas doctrinas correctas –ya antes vivimos un gran experimento de una ingeniería social progresista que iba a crear un nuevo, mejor y liberado hombre. Sabemos cómo termina eso…
No es cuestión de coincidencia que los que más protestan en contra de esa unificación son dos países –Hungría y Polonia (así como no es coincidencia que el primer país que se está saliendo de la Unión es consciente de sus tradiciones democráticas Gran Bretaña). Vale la pena recordar que en la resistencia de esas dos naciones con muy clara identidad nacional y un gran sentido de libertad, cayó el bloque oriental. La rebeldía de esas periferias del imperio soviético, aparentemente condenadas al fracaso frente a la potencia de la metrópoli, de forma decisiva contribuyó en su caída. ¿No debería ser eso una advertencia?
Zdzisław Krasnodębski
Texto publicado simultáneamente con la revista mensual polaca de opinión Wszystko Co Najważniejsze[Lo Más Importante] en el marco del proyecto realizado con el Instituto de la Memoria Nacional.
