Septiembre del 39 y la forma polaca
Septiembre del 39 fue como una triste burla de la historia hacia el sueño polaco sobre el estado y la independencia.
.Todos los polacos sabemos que la Segunda Guerra Mundial creó de nuevo tanto nuestra nación como el estado. Casi toda la élite de la nación fue asesinada u obligada a emigrar (con la excepción de los que después de la guerra se unieron al comunismo), los judíos polacos fueron exterminados y 1/3 del territorio fue trasladado del este al oeste. La Polonia de la posguerra se convirtió, por necesidad, en un país campesino y una nueva forma de nación surgió como resultado del proceso estalinista de industrialización y de la gran migración de los antiguos campesinos de las aldeas superpobladas a ciudades feas y desarrolladas de manera cursi. La guerra que estalló el 1 de septiembre de hace ochenta años paralizó también permanentemente el alma polaca, obligándonos a reconocer como verdades nacionales todas las sospechas e hipótesis más sombrías que podríamos tener sobre nuestro propio destino, como resultado de los acontecimientos del siglo anterior. Estas hipótesis y sospechas negras fueron confirmadas durante los seis años de esa guerra de forma tan inequívoca que casi nadie lo hubiera esperado y es por eso por lo que comenzaron a crear la polonidad contemporánea.
Sin duda, lo más importante fue la siguiente prueba concluyente sobre la fragilidad de la existencia política polaca. En septiembre de 1939, un estado independiente se derrumbó casi como un castillo de naipes, aunque dos décadas antes, cuando apenas renacía, ya tenía la fuerza suficiente no solo para deshacerse de la ocupación alemana, sino también para detener la invasión bolchevique que iba hacia Europa. Sin embargo, resultó que esas victorias no significaban la permanencia de la existencia del país polaco. La experiencia de la repentina desintegración del estado y su símbolo, el „camino de Zaleszczyki”, por el cual los dignatarios de Varsovia escapaban a Rumania, fue un choque espiritual para los polacos. Todo eso reveló que, a fines del siglo XVIII, Polonia no fue dividida entre sus vecinos por accidente o por mala coincidencia de las circunstancias políticas, sino que probablemente nunca más habría lugar en el mapa para el estado polaco entre Alemania y Rusia. Septiembre de 1939 fue como una triste burla de la historia hacia el sueño polaco sobre el estado y la independencia; Sueños que, a principios del siglo XX, fueron expresados con mucha fuerza por Stanisław Wyspiański, dramaturgo y pintor, considerado en Polonia como un profeta. Su personaje Konrad gritó la verdad polaca más importante en la obra „Liberación”: „La nación solo tiene el derecho de existir como un estado”. Septiembre de 1939 convirtió esta verdad en polvo.
La división del país entre Alemania y la Rusia soviética fue una derrota para los polacos, pero también una prueba de la inutilidad de toda la Realpolitik. Hasta 1935, Polonia fue gobernada por un político absolutamente único, Józef Piłsudski, quien, al morir, dejó una escuela de pensamiento político (que podría parecer óptima); Su sentido era el arte del equilibrio diplomático entre Berlín y Moscú, apoyado por la fuerza de su propio ejército y asegurado por alianzas occidentales. Polonia tenía una alianza casi familiar con Francia y, en la primavera de 1939, obtuvo garantías de seguridad de Gran Bretaña. Todo esto resultó no valer nada y la misma idea de la Realpolitik polaca parecía una paradoja o incluso una tontería. La creencia en la imposibilidad de garantizar la seguridad, así como la inutilidad de todas las alianzas y garantías de las potencias europeas occidentales, se ha convertido desde entonces en el canon del autoconocimiento político polaco. Por eso, en 1979, el Papa Juan Pablo II, en la Plaza de la Victoria de la capital polaca, recibió un imparable aplauso cuando se atrevió a decir, en presencia de un millón de personas, unas palabras, escondidas en el fondo del alma polaca, sobre Varsovia que „en una lucha desigual yació en ruinas, abandonada por poderes aliados”. El Papa, de esta manera, capturó la forma polaca y la proclamó al mundo.
Dado que un propio estado puede ser transitorio y la Realpolitik no servía ya para nada, a un polaco le quedaba solo (usando el término famoso de Benedetta Croce) „la religión de la libertad”. De hecho, la forma polaca ya estaba asociada con ella durante el siglo XIX, porque entonces, cada vez que los polacos adoptaban la razón política y el realismo, a menudo resultaba ser bastante baldío e inútil. Los polacos fueron leales a Napoleón hasta el final, pero el emperador francés no cumplió el pacto. El constitucionalismo liberal del Reino de Polonia bajo el gobierno de Alejandro I, el zar ruso-europeo, resultó ser una contradicción interna y terminó con el mayor levantamiento polaco de 1830. Nunca es posible combinar las libertades liberales con la opresión nacional. El levantamiento fracasó, proporcionando una experiencia instructiva de la infructuosa alianza con la monarquía revolucionaria francesa, de manera similar que el segundo gran levantamiento polaco de 1863, que aparentemente se imaginaba de manera „realista”, que iba a ser un brazo alargado geopolítico de Napoleón III en el este. Fue entonces cuando se creó la forma polaca, según la cual (como se burlaba el conservador Stanisław Koźmian en su obra „Cartera de Stańczyk”, el famoso pasquín sobre la supuesta aversión polaca a la Realpolitik), „sólo el levantamiento es Polonia”. La prueba de la „religión de la libertad” los polacos la probaban no solo durante los levantamientos polacos, sino también en el frente liberal europeo: en las barricadas de París, Budapest, Berlín o Palermo. Esta relación entre la forma polaca y la „religión de la libertad” se aflojó cuando, después de la Primera Guerra Mundial, se formó un estado polaco, cuya independencia fue proporcionada por el Tratado de Versalles. Septiembre de 1939 demostró dramáticamente que Versalles era solamente otro sueño polaco pseudorealista y pseudopolítico.
.El estigma de septiembre de 1939 es tan fuerte que permanece indeleble hasta hoy. Quizás se debió a las persecuciones alemanas y soviéticas, que eran desconocidas a gran escala en la historia polaca. Los vecinos alemanes nos reconocieron como „subhumanos” y el famoso profesor Carl Clauberg informó a Berlín en 1943 que, como resultado de sus experimentos en Auschwitz, pronto sería posible alcanzar el objetivo de la esterilización industrial de las mujeres eslavas. Solo en nuestro país introdujeren una ley que estipulaba la pena de muerte por dar una rebanada de pan a un tipo de vecino: un judío. Y aunque en 1989 fueron la razón política y la Realpolitik las que demostraron su poder en la Mesa Redonda entre la ¨Solidaridad¨ y los comunistas, esta vez la durabilidad de la forma polaca demostró ser más fuerte que esta nueva experiencia. Somos una nación que, de prisa, vuelve a reconstruir su estado, pero no confía en que esta vez sea un estado permanente. Es cierto que otra vez hemos formado alianzas con Europa occidental, pero ahora tenemos mucha desconfianza hacia ellos, por lo que estamos buscando una relación cercana con Estados Unidos, que parece más idealista, menos calculadora políticamente y tal vez algo impredecible (especialmente con el famoso en Polonia, Donald Trump). También propagamos tercamente una versión contemporánea de la „religión de la libertad” en el Este, donde buscamos nuestra misión especial para defender la soberanía de los ucranianos, georgianos o moldavos. Sin embargo, sobre todo, enseñados por nuestra propia experiencia, observamos con gran vigilancia el entorno europeo, que ilumina de manera constante los primeros signos de una gran crisis política inminente. Sí, es cierto que septiembre de 1939 paralizó de alguna manera nuestro autoconocimiento político, pero también nos hizo más resistentes a todas las innumerables ilusiones de las que vive la política actual de la Unión Europea.
Jan Rokita