Andrzej DUDA: San Juan Pablo II - el gran constructor de puentes

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Andrzej DUDA

Presidente de la República de Polonia

Ryc.Fabien Clairefond

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La palabra “pontificado” deriva del título papal tradicional pontifex – constructor de puentes. Este término simbólico puede ser una de las claves más importantes para comprender la riqueza de los logros alcanzados por Juan Pablo II – escribe Andrzej DUDA

.“¡Pero aquí estamos!” – esta observación espontánea del papa Juan Pablo II, pronunciada en 1999 durante su histórica visita al Parlamento de la República de Polonia, se ha convertido en un poderoso símbolo y sigue inspirando a la reflexión. Porque, además, da en el clavo, al ofrecer una síntesis de este pontificado extraordinario, del destino de Polonia y de los polacos y de la historia del mundo moderno. Reflexionemos sobre el mensaje que contiene esta observación, ahora, en el 105.o aniversario del nacimiento de san Juan Pablo II y un mes y medio después del 20.o aniversario de su muerte.

Para entender correctamente la reflexión del papa polaco, es necesario conocer su contexto. Juan Pablo II se refirió entonces a las palabras del himno nacional polaco, escrito en 1797, cuando nuestro país no existía en el mapa de Europa por haber sido dividido entre las tres potencias ocupantes. En ese momento crítico, el general Jan Henryk Dąbrowski organizó las Legiones Polacas en la Lombardía italiana, formadas por patriotas en el exilio. Este ejército aportó a nuestra nación la esperanza de recuperar la independencia y representaba la idea de libertad: en las charreteras de sus uniformes, los soldados de las Legiones lucían con orgullo el lema “Los hombres libres son hermanos”. La enardecedora canción Jeszcze Polska nie umarła, kiedy my żyjemy [Polonia no ha desaparecido todavía, mientras nosotros vivamos], escrita especialmente en su honor, se convirtió en el himno de Polonia.

Doscientos años más tarde, en el edificio del Parlamento de la República independiente, nuestro gran compatriota, procedente del Vaticano en viaje apostólico a su patria, se refirió al estribillo de esta canción: “Marsz, marsz, Dąbrowski, z ziemi włoskiej do Polski” [“Marcha, Marcha, Dąbrowski, desde la tierra italiana a Polonia”]. Y añadió bromeando, refiriéndose a su sotana blanca, signo de la dignidad papal: “Nadie pensó que llevando tal uniforme. ¡Pero aquí estamos!”

Sí, la historia a veces se acelera de forma difícil de imaginar. Juan Pablo II dejó una huella enorme e indeleble en las transformaciones históricas. Elegido el 16 de octubre de 1978, fue el primer líder de la Iglesia que no procedía de Italia en más de 450 años. Aún más significativo fue el hecho de que emprendiera la misión papal habiendo llegado desde detrás del Telón de Acero que dividía Europa durante la Guerra Fría. Para los polacos y para todas las naciones sometidas a la dominación soviética, este fue un momento de una excepcional trascendencia, portador de alegría y esperanza. El mundo experimentaba sorpresa, incertidumbre, ante los nuevos acontecimientos. Muy pronto, todos pudimos comprobar que estábamos viviendo un verdadero fenómeno: la era de Juan Pablo II. En el pontificado del papa “procedente de tierras lejanas”, prácticamente todo resultó ser nuevo y rompedor.

La palabra “pontificado” deriva del título papal tradicional pontifex – constructor de puentes. Este término simbólico puede ser una de las claves más importantes para comprender la riqueza de los logros alcanzados por Juan Pablo II. Nuestro gran compatriota —destacado pastor y teólogo, filósofo, místico, artista, hombre de Estado y visionario— se consagró con fe ferviente a fortalecer la comunidad católica, pero también a tender puentes entre personas de distintas religiones, naciones y culturas. Estaba especialmente predestinado para esta misión. Fue uno de los defensores de la apertura de la Iglesia al mundo emprendida en el histórico Concilio Vaticano II. Había vivido y recordaba bien la tragedia de dos totalitarismos —el pardo y el rojo— que, en la locura ideológica del chovinismo y el racismo o la lucha de clases, predicaban el odio y el desprecio a las personas consideradas como enemigas. Y al mismo tiempo, llevaba en su corazón la hermosa herencia de la República de numerosas naciones de los siglos XIV-XVIII, un inmenso Estado que surgió no como resultado de conquistas, sino a través de un acuerdo político entre las naciones de Europa Central, y que se basaba en los principios del parlamentarismo, la democracia y la tolerancia. El papa polaco llegó a ver en esta antigua República la precursora de la actual Unión Europea. Fueron precisamente estas experiencias y convicciones, combinadas con su enorme fe y fortaleza de espíritu, las que permitieron a Juan Pablo II lograr victorias históricas tan espectaculares.

La historia ha desacreditado la sarcástica pregunta que Stalin formuló con arrogancia imperial: “¿Cuántas divisiones tiene el papa?” La cruda violencia demostró ser impotente ante el mensaje evangélico “¡No tengáis miedo!”, que Juan Pablo II pronunció en la inauguración de su pontificado y que guió su actuación durante casi 27 años de ministerio papal. Juan Pablo II contribuyó enormemente al derrocamiento del comunismo, a la liberación de Polonia y de otros países de Europa Central y Oriental, al hundimiento del imperio soviético del mal, a la desaparición de las divisiones y a la reunificación de Europa.

El legado del constructor de puentes, el papa de la libertad y la solidaridad, sigue siendo una inspiración constante para ver a la otra persona ante todo como el prójimo, y para buscar incansablemente lo que une a las personas y hace del mundo un lugar mejor. Con una energía inagotable, Juan Pablo II cruzó todas las fronteras, umbrales y barreras. Durante sus 104 viajes apostólicos al extranjero, además de sus extraordinariamente frecuentes desplazamientos dentro de Italia, visitó 129 países de todo el planeta, llevando el mensaje de paz también a lugares asolados por tensiones y conflictos. Nosotros, los polacos, guardaremos siempre en el corazón el recuerdo de las nueve peregrinaciones del papa a nuestra patria, porque cada una de ellas fue para nosotros una celebración espiritual. Fue defensor del entendimiento ecuménico y el primer líder de la Iglesia Católica que entró en una sinagoga y en una mezquita, con objeto de rendir respeto a las otras grandes religiones monoteístas. Condujo a la Iglesia al tercer milenio, sin vacilar en confesar las faltas y los errores históricos que pesaban sobre ella. Fomentó el diálogo entre la fe y la ciencia y la cultura, y dejó un rico legado de enseñanzas sobre la comprensión cristiana del hombre como persona, la visión del matrimonio y la familia, la dignidad del trabajo humano, el patriotismo y la dimensión ética de la política y las relaciones internacionales. Que, en estos tiempos turbulentos, resuene constantemente en nuestras conciencias el llamamiento que el papa polaco hizo en 1995 en la sede de las Naciones Unidas: “Debemos superar nuestro miedo al futuro. Pero no podemos derrotarlo completamente si no es juntos”.

.Estoy convencido de que el 105.o aniversario del nacimiento de Karol Wojtyła, san Juan Pablo II, es un acontecimiento que une a todas las personas de buena voluntad en la búsqueda conjunta de un futuro mejor. No solo nosotros, los polacos, sino también nuestros innumerables compañeros de todo el mundo recordamos las conmovedoras experiencias de nuestros encuentros con el papa y estamos agradecidos por los dones de sabiduría y consuelo que recibimos de él. Tenemos la poderosa sensación de que la llamada a la renovación espiritual proclamada por nuestro gran compatriota no pertenece a la historia, sino que señala constantemente el camino hacia el futuro. Para que podamos repetir después de él con alegría, confianza y orgullo también en las décadas venideras: “¡Pero aquí estamos!”

Andrzej Duda

Material protegido por los derechos de autor. Queda prohibida su distribución salvo permiso explícito de la editorial. 16/05/2025