Karol POLEJOWSKI: La tergiversación de Katyń

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Karol POLEJOWSKI

Historiador medievalista polaco. Vicepresidente del Instituto de la Memoria Nacional.

Ryc. Fabien Clairefond

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Hace 85 años, oficiales polacos fueron asesinados por los soviéticos. Más tarde, hicieron todo lo posible para asesinar también la verdad sobre este crimen.

.El teniente coronel John H. Van Vliet Jr. no olvidaría esta visión en toda su vida. Los cuerpos en descomposición con uniformes de oficiales polacos yacían en fosas comunes. Todas las víctimas “tenían un agujero de bala en la parte posterior de la cabeza, cerca del cuello” y algunas tenían las manos atadas con una cuerda.

Van Vliet formaba parte de un grupo de prisioneros de guerra estadounidenses y británicos que fueron trasladados por los alemanes al bosque de Katyń, cerca de Smoleńsk, en la primavera de 1943. Allí, los oficiales aliados se convirtieron en testigos involuntarios de las exhumaciones supervisadas por el prof. Gerhard Buhtz. “Quería creer que todo era mentira”– admitió Van Vliet posteriormente. Se engañó a sí mismo pensando que la matanza era obra de los alemanes, quienes trataban de culpar a los soviéticos para enemistarlos con el resto de países de la coalición antihitleriana. Sin embargo, tras un análisis más profundo, cambió de opinión. “Creo que lo hicieron los rusos”– testificó tras recuperar la libertad y regresar a EE. UU.

Para la reputación de la Unión Soviética, testimonios como el de Van Vliet, de personas neutrales en el asunto de Katyń, constituían una grave amenaza. Después de que los alemanes descubrieran los crímenes cometidos contra miles de oficiales polacos, el Kremlin no tenía ninguna intención de asumir su responsabilidad. Así que los soviéticos pusieron en marcha los servicios secretos y toda la maquinaria propagandística para convencer al mundo con una historia alternativa basada en la culpabilidad alemana. Así nació la mentira de Katyń, perpetuada durante muchos años.

El fusilamiento de la élite

.En septiembre de 1939, Polonia recibió dos duros golpes. Primero tuvo lugar el ataque de la Wehrmacht, seguido pocos días después por el ataque del Ejército Rojo. Regímenes totalitarios cuyas ideologías se suponían irreconciliables, el Reich alemán nazi y la Unión Soviética comunista, habían celebrado poco antes un pacto diabólico con el fin de repartirse Europa Central. El ejército polaco fue incapaz de resistir la agresión combinada de ambos bandos.

Los territorios polacos sufrieron una doble ocupación. Tanto los alemanes como los soviéticos impusieron el terror en los territorios arrebatados. En las Tierras Fronterizas del este, anexionadas por la URSS, el símbolo de este terror fueron, además de las detenciones, las deportaciones masivas de la población civil a Siberia y otras regiones lejanas. La represión recayó especialmente sobre la élite polaca: la intelectualidad, los servicios uniformados, los funcionarios, los terratenientes y los campesinos más ricos y sus familias.

La idea de asesinar sin juicio previo a más de veinte mil personas, prisioneros de guerra y presos políticos polacos, fue presentada al dictador Iósif Stalin el 2 de marzo de 1940 por su hombre de confianza, el director del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, Lavrenty Beria. El jefe del NKVD argumentó que eran “enemigos declarados del gobierno soviético sin esperanza de rehabilitación”. Su propuesta fue aprobada por el Politburó al cabo de pocos días.

El 3 de abril, el primer transporte de prisioneros de guerra cuyo destino era ser fusilados partió del campo de Kozelsk hacia Katyń. Además del bosque de Katyń, hubo otros lugares de ejecución: Járkov, Kalinin (en la actualidad, Tver) y Kiev, entre otros. En total, los soviéticos asesinaron en pocas semanas al menos a 21 768 personas, entre ellas oficiales del ejército polaco (muchos de ellos reservistas, que también trabajaban en otras profesiones), policías y oficiales de otros servicios uniformados. Entre estas víctimas, varios centenares eran de origen judío.

Las familias de los asesinados no recibieron notificación alguna de la muerte de sus seres queridos. Cuando, en un momento dado, dejaron de recibir correspondencia de ellos, tenían derecho a creer que se trataba de simplemente una pérdida de contacto temporal.

El destino de los oficiales también fue de interés para las autoridades de la República de Polonia en el exilio. Después de junio de 1941, cuando los alemanes invadieron la URSS, estas personas deberían, en teoría, haber sido liberadas. Stalin fingió que no tenía ni idea de lo que les había ocurrido. “Han huido”–  dijo al general Władysław Sikorski, primer ministro y comandante en jefe polaco.

Anatomía de una mentira

.En abril de 1943, los alemanes anunciaron el descubrimiento de fosas comunes de oficiales polacos en Katyń. Hicieron todo lo posible para convencer al mundo de que se trataba de víctimas del NKVD. Al lugar de la exhumación acudieron una comisión médica internacional, representantes de la Cruz Roja polaca y otros polacos, así como prisioneros de guerra de los oflags.

Los soviéticos respondieron con un comunicado falaz en el que atribuían el crimen a los alemanes. Esta versión fue respaldada posteriormente por la llamada comisión Burdenko, que trabajó en Katyń en enero de 1944, después de que la Wehrmacht hubiera sido expulsada de la zona de Smoleńsk por el Ejército Rojo.

Las autoridades soviéticas llegaron incluso a plantear el caso Katyń ante el Tribunal Militar Internacional de Núremberg, que juzgó entre 1945 y 1946 a importantes dignatarios nazis. “En septiembre de 1941, en el bosque de Katyń, cerca de Smoleńsk, los nazis asesinaron en masa a oficiales polacos, prisioneros de guerra”– podemos leer en el acta de acusación. Las “pruebas”, sin embargo, resultaron irrevelantes y el caso fue desestimado en la sentencia de Núremberg.

Durante la Segunda Guerra Mundial, las potencias occidentales no tenían ningún interés en oponerse a la mentira de Katyń. Necesitaban a Stalin como aliado contra Alemania y más tarde contra Japón. “Si Hitler invadiera el infierno, yo haría un discurso en la Cámara de los Comunes con referencias favorables al diablo”– admitió con franqueza el primer ministro británico Winston Churchill. El presidente de EE. UU. Franklin Roosevelt llegó a creer que con el dictador soviético podría construirse un nuevo orden mundial.

La situación solo cambió con la Guerra Fría, exacerbada a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta. En 1951, se creó la Comisión Especial de Investigación del Congreso de Estados Unidos sobre la masacre de Katyń, conocida como la Comisión Madden. Esa comisión analizó minuciosamente los documentos disponibles en la época y entrevistó a numerosos testigos, entre ellos personas que habían presenciado las exhumaciones de 1943 realizadas por los alemanes. El Informe Madden de diciembre de 1952 responsabiliza claramente a la Unión Soviética de la masacre de Katyń.

Sin embargo, ni este documento ni los estudios fiables sobre Katyń realizados por la emigración polaca tuvieron la oportunidad de difundirse oficialmente en los países que se encontraban en la esfera de influencia de la URSS tras la Segunda Guerra Mundial. El gobierno comunista de Varsovia lo reiteró en 1952: “El asesinato de miles de oficiales y soldados polacos en Katyń fue obra de los criminales nazis”.

Cualquiera que en la Polonia “popular” se hiciera eco de la verdad sobre Katyń se exponía a la represión. La censura se aseguraba cuidadosamente de que en los grandes medios de comunicación solo apareciera información que se ajustara a la versión soviética. Incluso los tribunales, que se pronunciaron sobre las declaraciones de fallecimiento a petición de las familias de los asesinados, aceptaron fechas de fallecimiento que no se correspondían con las reales: 1941 o posterior.

Walenty Badylak protestó dramáticamente contra la tergiversación de la masacre de Katyń. En marzo de 1980, se prendió fuego en la Plaza Mayor de Cracovia. La prensa del régimen publicó una escueta referencia a la muerte de un pensionista con problemas mentales. Sin embargo, la gente tenía sus propias referencias: se colocaron velas y flores en el lugar del trágico suceso.

Un paso adelante, dos hacia atrás

.A raíz de la corriente de transición democrática, las autoridades de la URSS admitieron en abril de 1990 que el asesinato de Katyń fue uno de los “graves crímenes del estalinismo”. Entre 1990 y 1992, el Kremlin reveló algunos documentos sobre Katyń. En su etapa inicial, la investigación de los fiscales militares rusos también fue prometedora.

Las acciones posteriores de Moscú, sin embargo, resultaron ser pasos hacia atrás. La investigación rusa se interrumpió en 2004 y gran parte del material recopilado, incluida la resolución final, sigue siendo secreta a día de hoy. La Fiscalía Militar Principal de la Federación Rusa no considera la masacre de Katyń como un genocidio, sino como un delito común, que ha prescrito. Además, en el espacio público ruso continúan apareciendo declaraciones que niegan la autoría soviética.

Esto hace aún más importante la investigación sobre Katyń que está llevando a cabo la fiscalía del Instituto de Memoria Nacional. No descansaremos hasta haber aclarado todas las circunstancias de este caso de la forma más exhaustiva posible. Las víctimas claman memoria, y la verdad histórica necesita defensores tenaces.

Karol Polejowski

Material protegido por los derechos de autor. Queda prohibida su distribución salvo permiso explícito de la editorial. 10/04/2025