Karol NAWROCKI: El testamento de la Shoah

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Karol NAWROCKI

Presidente del Instituto de la Memoria Nacional.

Ryc. Fabien Clairefond

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La voz más efectiva en relación con las víctimas de Auschwitz ha sido durante décadas la de aquellos que consiguieron sobrevivir. Cuando estas voces desaparecen, es nuestro deber continuar difundiendo su testimonio.

.Luigi Ferri se sube la manga izquierda y muestra el número del campo que lleva tatuado en su antebrazo: B 7525. Este niño italiano solo tiene doce años, pero lo que ha vivido le ha arrancado brutalmente de su despreocupada infancia. Aunque fue criado como católico, él y su abuela judía fueron deportados a Auschwitz por los alemanes en el verano de 1944. Ella murió en la cámara de gas. Él sobrevivió milagrosamente al infierno del campo.

Ferri es uno de los aproximadamente siete mil prisioneros de Auschwitz que, terriblemente demacrados, vivieron para ver su liberación el 27 de enero de 1945. A lo largo de menos de cinco años, más de 1,1 millones de personas perdieron la vida en este campo de concentración y exterminio alemán, el de mayor tamaño. Entre las víctimas se encontraban nada menos que 230 000 niños judíos, pero también polacos, romaníes y de otras nacionalidades. Los objetos que dejaron atrás: sus pequeños zapatos y su ropa, sus juguetes, son un testimonio conmovedor de su trágico destino. Todavía hoy pueden verse en el bloque número cinco del Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau en Oświęcim.

La hora del apocalipsis

.En la década de 1920, Adolf Hitler ya había expresado en Mein Kampf su antisemitismo radical, junto con un programa para ganar “espacio vital” para Alemania en el Este. Mientras su Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) tenía poco peso, fue desestimado como una visión peligrosa pero poco realista.

Cuando Hitler asumió el cargo de canciller del Reich el 30 de enero de 1933, muchos aún se hacían ilusiones de que no permanecería mucho tiempo en el poder. Los nacionalsocialistas contaban con poco más de un tercio de los escaños del Parlamento. De este modo, quedaban aparentemente a merced de los socios de la coalición y del presidente Paul von Hindenburg. “En dos meses habremos hecho retroceder tanto a Hitler que gruñirá como un animal” -vaticinaba el vicecanciller Franz von Papen.

Sin embargo, de forma sorprendentemente rápida, los nazis acabaron con toda la oposición e instauraron una dictadura de partido único. El terror implacable desatado en las primeras semanas de su gobierno les fue de gran ayuda. Los campos de concentración, destinados a los opositores políticos de Hitler y a todos aquellos que el nuevo régimen decidiera situar fuera de la sociedad, se convirtieron en uno de sus símbolos. La comunidad judía también estaba en el punto de mira del régimen, sometida a un acoso y una represión cada vez mayores: desde boicots comerciales hasta las infames leyes de Núremberg, pasando por los pogromos de la Noche de los Cristales Rotos.

Todo esto resultó ser el preludio de una hecatombe aún mayor, iniciada mediante el diabólico pacto de Hitler con Stalin en agosto de 1939 y su invasión conjunta de Polonia en septiembre del mismo año. En los territorios conquistados, los verdugos alemanes asesinaron a representantes de la denominada en términos generales “clase dirigente polaca”, a pacientes de hospitales psiquiátricos y a miles de personas al azar. La población judía sufrió un destino trágico: primero hacinada en guetos y luego asesinada en campos de exterminio.

Ya en la primavera de 1940, los alemanes pusieron en marcha el campo de concentración de Auschwitz. Al principio, enviaban a este campo principalmente a los presos políticos polacos. Entre las personas que murieron aquí había clérigos —como el franciscano Maksymilian Kolbe—, políticos —como el exdiputado Stanisław Dubois— e incluso niños —entre ellos Czesława Kwoka, de 14 años, de la región de Zamojszczyzna, muerto por una inyección de fenol—.

Con el paso del tiempo, Auschwitz también se convirtió en un campo central de exterminio, incorporado al plan alemán para asesinar a la población judía. “Los nuestros —los judíos polacos— fueron en su mayoría exterminados en Treblinka y Majdanek. Aquí, a Oświęcim se descargaban judíos de casi toda Europa”, escribió el capitán Witold Pilecki, también prisionero de Auschwitz y autor de un estremecedor informe sobre este campo. En él leemos acerca de un “flujo diario de miles” de transportes de judíos, dirigidos “directamente a Birkenau”, donde se encontraban las cámaras de gas y los crematorios.

Además de Auschwitz, Treblinka y Majdanek, también estaban en marcha los campos de exterminio de Kulmhof, Belzec y Sobibor y otros numerosos lugares donde se cometían asesinatos en masa, como Babi Jar, en las afueras de Kiev. En pocos años, el Estado alemán y sus funcionarios consiguieron asesinar a unos seis millones de judíos. El Estado de Israel no alcanzó una población comparable hasta finales de la década de 1990.

Los portavoces de millones de personas

.Cuando el juicio de Adolf Eichmann, uno de los principales “arquitectos del Holocausto”, se inició en la primavera de 1961 en Jerusalén, el fiscal Gideon Hausner dijo ante el tribunal que junto a él había “seis millones de acusadores. […] Su sangre clama al cielo, pero su voz no se oye”. Por ello, Hausner se consideraba su portavoz.

Los supervivientes también han sido durante muchos años la voz de los asesinados. Los primeros libros sobre el infierno de Auschwitz fueron impresos en la década de 1940. En Varsovia, terriblemente destrozada por los alemanes, fueron publicadas ya en 1945 los libros autobiográficos Dymy nad Birkenau , de la polaca Seweryna Szmaglewska, y To jest Oświęcim!, del historiador judío Filip Friedman. Szmaglewska llevaba a sus espaldas más de dos años de reclusión en Auschwitz, Friedman perdió a su mujer y a su hija en el Holocausto.

Los testigos de la historia siguen hablándonos hoy, a veces tras largos años de trauma y silencio. Luigi Ferri se sinceró con Frediano Sessi: el resultado es el libro Il bambino scomparso, de 2022. Sin embargo, cada vez quedarán menos testimonios de este tipo. Ochenta años después de la liberación de los últimos prisioneros de Auschwitz, la última generación de supervivientes se extingue inexorablemente.

.Por tanto, los portavoces de las víctimas debemos ser nosotros: historiadores, educadores, periodistas y todas las personas de buena voluntad. Se lo debemos a las personas asesinadas, pero también a las generaciones futuras.

Karol Nawrocki

Material protegido por los derechos de autor. Queda prohibida su distribución salvo permiso explícito de la editorial. 24/01/2025