Karol NAWROCKI: La estabilidad proporcionada por Polonia

La estabilidad proporcionada por Polonia

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Karol NAWROCKI

Presidente del Instituto de la Memoria Nacional.

Ryc. Fabien Clairefond

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La historia del siglo XX lo demuestra claramente: las mayores atrocidades asolaron Europa cuando no existía en el mapa un país llamado Polonia – escribe Karol NAWROCKI

.“Con esta Polonia siempre hay problemas” – cantaba el genial Jacek Kaczmarski. El célebre poeta y bardo quiso reflejar el pensamiento del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt en el momento de la Conferencia de Yalta, cuando los líderes de la coalición antihitleriana decidían el destino de Europa y del mundo. Corría el mes de febrero de 1945 y la derrota del Reich alemán seguía siendo cuestión de las próximas semanas. El anfitrión de la Casa Blanca creyó ingenuamente que se podría construir un orden duradero de posguerra con el dictador soviético Iósif Stalin. El gobierno de la República de Polonia en el exilio se atrevió a perturbar esta visión idílica, protestando enérgicamente contra la entrega de Europa Central y Oriental al Kremlin. Pero Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill ya no estaban dispuestos a recordar sus compromisos de 1941, cuando reconocieron en la Carta del Atlántico “el derecho de todas las naciones a elegir la forma de su propio gobierno”. En el nuevo orden de Yalta solo había sitio para los más grandes. Se suponía que la colaboración acordada entre ellos garantizaría la paz mundial.

La tentación de que los más poderosos establecieran esferas de influencia en el Viejo Continente no era nueva. En el siglo XVIII, las potencias de la época –Rusia, Prusia y Austria– se repartieron en tres etapas una debilitada Polonia, al fin y al cabo uno de los países más grandes de Europa en aquel momento. La República debía desaparecer de los mapas de una vez por todas, y con ella su memoria. La Convención de San Petersburgo, firmada el 26 de enero de 1797 por los imperios que formaban parte de la partición, estipulaba la “necesidad de eliminar todo lo que pudiera recordar la existencia del Reino de Polonia”. El diario británico “The Morning Chronicle” advirtió en vano que la eliminación de Polonia alteraba el equilibrio de poder en el que se basaba la paz europea. Muchos intelectuales occidentales de la época se inclinaban a ver en la partición un triunfo de la modernidad. Ahí estaba la noble y católica Polonia, incapaz de resistir la vecindad de las monarquías ilustradas de Catalina II, Federico el Grande y Francisco de Habsburgo. En una forma modificada, este concierto de potencias persistió tras el Congreso de Viena de 1815, coronando la breve época de las guerras napoleónicas.

Sin embargo, el orden establecido entonces no proporcionó a Europa una estabilidad duradera. A la Primavera de las Naciones le siguieron otras guerras: la de Crimea, la prusiano-austríaca, la franco-prusiana. El orden de Viena se derrumbó finalmente en 1914, cuando las tres potencias particionistas se lanzaron a la yugular entre sí. El mundo se vio inmerso en la Primera Guerra Mundial, que se cobró directamente varios millones de vidas. En Rusia, este devastador conflicto allanó el camino a la Revolución Bolchevique y al sangriento sacrificio de nuevas víctimas.

Aunque la Gran Guerra también afectó gravemente a las tierras polacas, fue precisamente Polonia la que trajo la ansiada libertad. Y mientras cada 11 de noviembre Alemania, Francia o el Reino Unido recuerdan a los caídos en los frentes de 1914-1918, nosotros celebramos con alegría el Día de la Independencia Nacional, uno de los días festivos más importantes del país. Otro aniversario importante en nuestro calendario es el 15 de agosto, día en el que se conmemora la victoriosa Batalla de Varsovia de 1920, en la que, al derrotar al Ejército Rojo, defendimos nuestra soberanía duramente conquistada.

El orden de Versalles, creado tras la Primera Guerra Mundial sobre las ruinas de las grandes monarquías, tuvo enemigos acérrimos desde el principio. En Alemania, derrotada, humillada, truncada territorialmente, fue donde despertó mayor resentimiento. Pero también fue un trago amargo para Moscú, aislada internacionalmente desde el golpe bolchevique y que seguía soñando con resarcirse de la derrota de 1920.

La comunidad de intereses unió a dos enemigos ideológicos. El 23 de agosto de 1939, Adolf Hitler y Iósif Stalin firmaron un pacto criminal a través del cual se repartieron Europa Central. Poco después, el 1 y el 17 de septiembre, las dos potencias totalitarias invadieron Polonia y llevaron a cabo la Cuarta Partición del país. “Resultó que una breve incursión de las tropas alemanas y después del Ejército Rojo fueron suficientes para que no quedara nada de este hijo bastardo del Tratado de Versalles” – se burlaba el primer ministro y comisario de asuntos exteriores soviético Viacheslav Mólotov. El canciller del Reich, Adolf Hitler, hizo declaraciones similares en el Reichstag: “Polonia nunca se recuperará después del Tratado de Versalles. Los dos países más grandes del mundo pueden garantizarlo”.

Pero fue la persistencia de esta Polonia, que supuestamente oprimía a las minorías nacionales (alemanas, como afirmaba Hitler, o ucranianas y bielorrusas, como sostenían los soviéticos), lo que en realidad dio a Europa dos décadas de respiro y a los pueblos de la región una seguridad real. Los vecinos totalitarios que desencadenaron una nueva guerra mundial invadiendo Polonia no trajeron ninguna liberación a los pueblos de estas tierras, sino un rosario de miseria. Sus símbolos se convirtieron en campos de concentración y exterminio, por un lado, y en gulags y deportaciones a Siberia, por otro. La Segunda Guerra Mundial supuso la muerte de decenas de millones de personas. Para Polonia y el resto de naciones de Europa Central y Oriental, esta guerra terminó definitivamente solo unas décadas más tarde, con la caída del sistema comunista.

.Sin embargo, sobre las ruinas de la Guerra Fría, volvieron a surgir visiones de un concierto de potencias: una “casa común europea”, cuyas reglas se negociarían con Rusia. Desde Polonia se ha alzado numerosas veces la voz advirtiendo de que este es un pensamiento pernicioso, porque Moscú nunca ha renunciado a sus ambiciones imperiales. “Con esta Polonia siempre hay problemas” – parecían responder, como en la canción de Kaczmarski, los irritados políticos de Europa Occidental. Los efectos de sus ilusiones se manifestaron claramente el pasado mes de febrero, con el ataque a gran escala de la Federación Rusa contra Ucrania. Da miedo pensar dónde estaría hoy Vladímir Putin si no fuera por una Polonia soberana.

Karol Nawrocki

Material protegido por los derechos de autor. Queda prohibida su distribución salvo permiso explícito de la editorial. 10/11/2023