
Chopin en Irán. De los recuerdos a la esperanza
Las obras más populares de Chopin entre los iraníes son su Estudio revolucionario y sus valses – pisze Michelle ASSAY
.Probablemente, Irán no es el primer país que nos viene a la mente al considerar el legado de Chopin. Sin embargo, su apellido en este país sigue ocupando invariablemente el segundo lugar después de Beethoven en el campo de la música clásica (conocida en persa como musighi jahani, que literalmente significa “música del mundo”). En 1960, una pianista iraní ganó el tercer premio del Concurso Chopin, más tarde se puso en marcha un proyecto para enseñar la música de Chopin a niños con autismo y síndrome de Down y, más recientemente, un artista iraní creó un retrato tridimensional del compositor basado en su máscara funeraria. Como puede verse, por tanto, la música y la imagen de Chopin son parte integrante de la cultura iraní a pesar de las convulsiones y los cambios de régimen e ideología. En el siglo XX, y especialmente en la década de 1940, las obras de Chopin se incorporaron al plan de estudios de piano de estilo occidental. También están entre las primeras obras en volver a la distribución pública, ya sea en casetes o a través de la televisión, tras el levantamiento de la prohibición impuesta tras la revolución de 1979 de escuchar y distribuir música occidental.
En 2010, los iraníes celebraron a lo grande el bicentenario del nacimiento de Chopin. El canal BBC Persa, que emite desde Londres, publicó en su página web un artículo sobre el Año Chopin – Ali Amini Najafi presentó una narración romántica sobre la música de los sentimientos y las emociones. En su texto describía al compositor como “silencioso” y contaba la historia de su corazón. Curiosamente, la Wikipedia francesa y la persa son las únicas que contienen un artículo independiente dedicado al destino del corazón del compositor, que fue extraído de su cuerpo y transportado a Polonia, la amada patria de Chopin. La publicación de la BBC fue en muchos sentidos sintomática de la percepción sentimental iraní de Chopin como símbolo del sufrimiento silencioso. Esta es una imagen popular del compositor que aparece desde hace tiempo en los sitios web y en los medios de comunicación en lengua persa.
En Irán, el bicentenario del nacimiento de Chopin fue celebrado principalmente por Bukhara, la revista literaria y artística más importante del país. Los editores de la revista dedicaron al compositor una de sus ciclos “Veladas con…” y organizaron un gran evento que incluía conferencias, presentaciones y actuaciones. Durante este evento, coorganizado con la Embajada de la República de Polonia en Irán, también tuvo lugar la inauguración de una exposición semanal en la Galería 66 de Teherán. En ella se exponían 50 carteles relacionados con Chopin, minuciosamente seleccionados de la vasta colección de Krzysztof Dyda, un artista gráfico polaco con una colección reunida a lo largo de tres décadas. La velada contó con la intervención de Ali Dehbashi, redactor jefe de la revista, que describió de forma edificante la vida y obra de Chopin, centrándose en particular en su funeral en París. El discurso incluía no solo información sobre la música interpretada en el entierro del compositor, sino también descripciones variadas y coloristas, incluidos detalles sobre los trajes y el aspecto de los invitados. El resto de intervenciones fueron igualmente muy positivas y apasionadas. Amir Asraf, profesor del Conservatorio de Teherán, calificó a Chopin de “diamante irrepetible en el magnífico anillo de la historia de la música mundial, que con su brillo confirma la gloria y la grandeza no solo de la historia del arte, sino también de la historia de la civilización humana”.
Algunos de estos discursos aparecieron en formato ampliado en una edición especial de Bukhara, publicada poco después de las celebraciones del aniversario. La publicación también incluía traducciones y extractos de otros textos. Prácticamente todos eran de carácter biográfico y describían con detalle diversos momentos de la vida de Chopin, pero no contenían ningún comentario musical ni mencionaban nuevos campos de investigación. Desgraciadamente, hay que subrayar que estos textos también carecían de cualquier tiempo de información sobre el legado de Chopin en Irán, y ni una sola referencia a Tania Aszot-Harutunian, la pianista iraní que quedó en tercera posición en el Concurso Internacional Chopin de 1960, lo que sigue siendo hasta hoy el mayor logro internacional de los pianistas iraníes. En cambio, la revista estaba repleta de diversos estudios ya clásicos, entre los que se incluyen los fragmentos “obligatorios” de Aspects de Chopin de Cortot, el trabajo de Jean-Jacques Eigeldinger sobre el enfoque pedagógico de Chopin, una traducción del texto de Gerald Abraham sobre su estilo musical, así como extractos de Men of Music de Wallace Brockway y de la biografía del compositor escrita por Camille Bourniquel en 1957. Entre los estudios más recientes, la publicación incluía un extracto del libro Chopin’s Funeral de Benita Eisler de 2004 (aunque aquí tampoco se hacía referencia a la fuente) y textos sobre Chopin de Barbara Smoleńska-Zielińska. También incluía la cobertura de las propias celebraciones del bicentenario, con extractos de los discursos, fotografías y los nombres de los presentadores, incluidos los músicos que actuaron en el evento.
Entre los discursos, se destacaba la intervención de Juliusz Gojła, embajador de Polonia en Irán, que fue el único que tocó ligeramente la cuestión política, situando el amor de Irán y Polonia por Chopin en el contexto del pasado dictatorial de ambos países (por supuesto, sin referencias específicas a su situación en aquel momento). “Irán y Polonia comparten una historia similar —afirmó.— Nosotros también vivimos sojuzgados por la dictadura durante años y combatimos por nuestra libertad. Nosotros también creemos que somos una nación única y, como vosotros, estamos orgullosos de nuestra historia. (…) Chopin es conocido en todo el mundo. Pero para nosotros es aún más especial porque es polaco”.
Más allá de su imagen poética y romántica, el carácter polaco de Chopin es uno de los rasgos más dominantes del compositor en el contexto iraní. El compositor aparece como símbolo intrínseco de Polonia y del dolor del exilio, sobre todo en documentales y proyectos sobre refugiados polacos en Irán.
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.Tras el pacto de no agresión Ribbentrop-Mólotov de 1939 entre la URSS y Alemania, Polonia quedó dividida entre ambos países, y las autoridades soviéticas iniciaron una campaña para purgar su parte de Polonia de los “enemigos de clase”. Más de un millón de personas fueron exiliadas a Siberia como parte de esta operación. Tras la ruptura del pacto por parte de Hitler y la unión de la URSS a los Aliados, muchos detenidos fueron enviados a Irán, que en aquel momento estaba dividido en dos esferas de influencia: la soviética en el norte y la británica en el sur. Aquellos que estaban en condiciones de combatir fueron reclutados en el ejército de Anders, que acababa de ser liberado de la prisión de Lubianka. En pocas semanas, miles de polacos hambrientos, en su mayoría mujeres y niños, llegaron a Irán, primero al puerto de Bandar-e Pahlavi (actual Bandar-e Anzali), en el mar Caspio, y más tarde a Teherán e Isfahán. Los supervivientes relataban a menudo la cálida y hospitalaria acogida recibida por parte de los lugareños. No pasó mucho tiempo antes de que los refugiados polacos, la mayoría de los cuales antes de emigrar pertenecían a la élite intelectual, industrial y cultural, crearan un enclave polaco independiente en Teherán, dejando una huella indeleble en la vida cultural de la ciudad.
Al cabo de cuatro años, la mayoría de los refugiados habían abandonado esta región. En su conmovedor documental de 1983, The Lost Requiem, Khosrow Sinai sigue la vida de los pocos que se quedaron. Sinai, gracias, entre otras cosas, a su formación musical, creó una película repleta de música que actúa como hilo conductor, reflejando y comentando diversas historias de sufrimiento y supervivencia. La figura central de su película es Anna Borkowska, cantante, actriz y profesora de piano, que se convierte en la personificación de esta música y estas historias. Abre y cierra la película interpretando una canción polaca (en persa, lo que constituye un símbolo conmovedor de conexión entre los dos países a los que está unida). A medida que se desarrolla la trama, las canciones de Chopin se convierten en un leitmotiv de soledad y pérdida, la voz de los supervivientes y una expresión de su dolor compartido por el exilio. Estos fragmentos musicales, especialmente los nocturnos de Chopin, sirven de telón de fondo a imágenes de desolación: las tumbas de los fallecidos y las lágrimas de los que quedaron tras ellos.
A día de hoy, la música de Chopin sirve como sonificación de la historia de los polacos en Irán, como podemos ver, por ejemplo, en el breve documental del proyecto Children of Esfahan, en el marco del cual se organizaron exposiciones de fotografías que presentaban a niños polacos que encontraron cobijo y cuidados en la ciudad que aparece en el título. Estas exposiciones, organizadas en Teherán e Isfahán en 2017 en colaboración con el Instituto Adam Mickiewicz, presentaban fotografías inéditas descubiertas en un estudio de Isfahán más de 50 años después del final de la Segunda Guerra Mundial.
La música de Chopin no solo tiene un caracter simbólico, que deriva también de la popularidad y reconocibilidad de algunas de sus obras. Es muy probable que fuera un elemento de los conciertos y otros eventos musicales que los refugiados polacos organizaban para preservar el recuerdo de su patria. Mi primera experiencia en la interpretación de la música de Chopin (o al menos intentándolo), cuando aún era un pianista en ciernes, se la debo a mi profesora de piano, Anna Borkowska, mencionada anteriormente como protagonista del documental de Sinai. No conocía su historia. Solo sabía que era una mujer polaca casada con un iraní de apellido Afkhami. Fue la primera profesora que, a pesar de mi condición de estudiante no demasiado avanzada, me animó a explorar la música de Chopin, tocando conmigo piezas como el Preludio de la Gota de Lluvia y el Nocturno En Mi Bemol Mayor, Op. 9, N.º 2 Ella interpretaba la parte para la mano izquierda mientras yo intentaba marcar la melodía.
Varias décadas antes, otros músicos inmigrantes, a menudo rusos o armenios, habían promovido la música de Chopin (junto con el resto del canon musical occidental) formando a las primeras generaciones de músicos iraníes. Nombres como Kiti Amir Khosravi (nacido en Rusia) y Tatiana Kharatian (rusa y armenia) aparecen a menudo, aunque de pasada y sin detalles, en las biografías de algunos de los compositores más destacados de Irán. Javad Maroufi (1912-1993) fue uno de ellos. Kharatian le dio a conocer a Chopin, y sus composiciones para piano revelan una clara influencia del compositor. También hay que mencionar que uno de los principales teóricos musicales iraníes ideó su propia metodología para la enseñanza de la polirritmia cuando su hermana, también alumna de Kharatian, se enfrentaba a la tarea de interpretar la Fantasía-Impromptu de Chopin. En cuanto a las generaciones posteriores, Alireza Mashayekhi (nacido en 1940), uno de los primeros representantes de la música moderna y vanguardista en Irán, incorporó obras de Chopin a sus creaciones, por ejemplo en el álbum Avec Chopin (op. 130) de 1998, que incluye fragmentos de varias obras del compositor, entre ellas el Vals en la menor y el Vals en mi menor y la Balada en do menor.
Los músicos a los que aquí se hace referencia procedían en su mayoría de familias elitistas y en su juventud viajaron al extranjero para estudiar en los conservatorios más distinguidos de Europa. A su regreso a Irán, promovieron la música de estilo occidental en sus composiciones o actuaciones. Emanuel Malik-Aslanian (1915-2003; de ascendencia armenia e iraní, nacido en Rusia), uno de los pianistas y compositores iraníes más destacados, estudió con Conrad Ansorge, que a su vez fue alumno de Liszt y, más tarde, de Paul Hindemith. Malik-Aslanian contaba la historia de cómo, ignorando la prohibición fascista, interpretó una pieza de Chopin durante un concierto en Berlín en el que estaba presente el propio Hitler. Pari y Ariana Barkeshi, cuyo padre era Mehdi Barkeshli, uno de los teóricos de la música iraní, estudiaron en París. Ambas cosecharon grandes éxitos como pianistas. En concreto, el nombre de Pari aparecía a menudo en carteles de conciertos de los años 60 y 70 que promocionaban recitales en los que se interpretaban, entre otras, obras de Chopin.
Sin embargo, los mayores logros pueden atribuirse a Tania Ashot-Harutunian (1937-2022). Nació en Teherán, hija de un ruso y una armenia. A los 14 años abandonó Irán y se trasladó a París, donde estudió con figuras de la talla de Lazare Lévy. Tras participar en el Concurso Chopin en 1955, decidió perfeccionarse en la Escuela Rusa. Se trasladó a Moscú, donde recibió clases de Lev Oborin (ganador del primer Concurso Chopin, celebrado en 1927). El punto culminante de su extraordinaria carrera profesional fue el VI Concurso Chopin de 1960, en el que obtuvo el tercer premio (el primer puesto fue para Maurizio Pollini y el segundo para Irina Zaricka). Desgraciadamente, su relación con Irán no fue más allá de unas pocas actuaciones en conciertos, incluida una interpretación en 1953 del Concierto para piano n.º 2 de Chopin con la Orquesta Sinfónica de Teherán bajo la batuta de Morteza Hannaneh (otro músico con formación en Occidente). En la década de 1960, Ashot-Harutunian se trasladó de París a Lisboa, donde tanto ella como su marido Sequeira Costa, pianista, se convirtieron en unos de los profesores más conocidos de la ciudad.
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.Durante las tres últimas décadas de la dinastía Pahlaví (1950-1970) tuvo lugar una agresiva campaña de occidentalización cultural que hizo de Irán un destino atractivo (no solo desde el punto de vista económico) para muchas celebridades. El punto culminante de estas actividades era el Shiraz Arts Festival que se celebraba anualmente entre 1967 y 1977 entre las antiguas ruinas de Persépolis y presentaba programas excepcionalmente ambiciosos y con visión de futuro. Creado con el objetivo de promover el modernismo en las artes y celebrar el intercambio cultural Oriente-Occidente, el festival acogió a Peter Brook, Maurice Béjart, Iannis Xenakis, Karlheinz Stockhausen, Krzysztof Penderecki y Artur Rubinstein, entre otros. Un breve vídeo de la actuación de Rubinstein en 1968 le muestra disfrutando alegremente de la hospitalidad durante los ensayos de su interpretación al piano en el escenario principal al aire libre. En otro se le puede ver interpretando Marcha de la ópera de Prokofiev El amor de las tres naranjas, justo antes de ser recibido por Farah Pahlavi, la esposa del sah. Su recital también incluyó la Polonesa en la bemol mayor, Op. 53 de Chopin (conocida como Heroica) y el Nocturno, Op. 15, N.º 2. Al año siguiente, la música de Chopin apareció en los programas de recital de Martha Argerich (Sonata para piano n.º 3) e Yvonne Loriod (Barcarola). El festival también sirvió para mostrar el talento local tanto en la música tradicional persa como en la música artística occidental. En el festival inaugural de 1967, por ejemplo, se ofreció un recital de la pianista iraní Novin Afrouz, cuyo programa incluía el Andante spianato y la Gran Polonesa en mi bemol mayor, Op. 22 de Chopin.
La revolución de 1979 y las consiguientes restricciones culturales, ideológicas y sociales condujeron a un brusco parón o, al menos, un cese temporal de la actividad musical en el país, que se sintió con especial intensidad durante la vida del líder revolucionario y primer líder supremo de Irán, el ayatolá Ruhollah Jomeini. Tras la muerte de Jomeini en 1989, se produjo una relajación gradual aunque variable de las restricciones, más notable durante la presidencia relativamente moderada de Mohammad Jatami (1997-2004). Bajo Jatami, se produjo un retorno controlado de la música artística occidental y del intercambio cultural. Junto con la música revolucionaria y un repertorio cuidadosamente seleccionado de música tradicional persa, la música occidental fue uno de los géneros que regresaron gradualmente a las esferas públicas. Este repertorio estaba cuidadosamente supervisado, y cada nuevo proyecto debía superar innumerables obstáculos para obtener el obligatorio javaz (autorización) del Ministerio de Cultura e Ilustración. El tabú de las voces solistas femeninas continúa vigente, pero no afecta a la música de Chopin ni a la música instrumental en general. Sin embargo, en los primeros años tras la revolución, la segregación y la censura se extendieron incluso a las mujeres instrumentistas solistas. En los últimos tiempos, las pianistas han conseguido (aunque no siempre sin problemas) dar conciertos a públicos mixtos, como, por ejemplo, con motivo de las celebraciones de Chopin en 2010 o durante el recital de Chopin, organizado también conjuntamente con la Embajada de la República de Polonia para conmemorar el aniversario del nacimiento de Chopin en 2022. El álbum de Mashayekhi Avec Chopin, publicado en Irán, también cuenta con la actuación de la pianista Farima Ghavam-Sadri.
Aunque los días de giras y visitas de músicos de talla mundial en Irán parecen haber pasado, los extranjeros suelen explorar el terreno local, especialmente durante el festival anual Fajr (que conmemora la victoria de la revolución de 1979). Titulares como Un pianista holandés trae a Chopin a Irán, en referencia al concierto de Nicolas van Poucke en el 37.º Festival Fajr de 2023, indican claramente la prestigiosa posición de la música del compositor polaco. Su magnetismo tampoco ha dejado de influir en los músicos locales. Instagram, la red social más popular del país, está repleta de vídeos de jóvenes pianistas mostrando sus habilidades musicales. Interpretan algunas de las piezas más populares entre los iraníes, como el Estudio revolucionario y los valses de Chopin.
Merece la pena citar también dos ejemplos conmovedores de la música como catalizador de la curación y la esperanza, que, aunque no están directamente relacionados con Chopin, sin duda permanecen bajo los auspicios de su música. Desde hace diecisiete años, la pianista iraní Ailin Agahi utiliza las obras de Chopin, entre otras, para combatir los prejuicios sobre la neurodiversidad. Trabaja con jóvenes con autismo y síndrome de Down, enseñándoles a leer la música y creando para ellos una plataforma gracias a la cual pueden ser vistos y escuchados. Agahi enseña regularmente a “sus” chicos y chicas obras de Chopin, como el Vals en si menor (op. 69, n.º 2) y el Vals en la menor (op. posth.).
.En junio de 2023, durante un festival celebrado en Sibiu, en Rumanía, la música de Chopin puso la banda sonora a otro encuentro de extraordinaria importancia. La Revolution Orchestra israelí interpretó una pieza híbrida dramática, Moods, que incluía el Preludio en la menor de Chopin. En esta ocasión, los israelíes hicieron amistad con el grupo de teatro iraní Saye (que significa “sombra”) y sus líderes se estrecharon la mano, provocando un aplauso entusiasta. “Nuestros países son enemigos, pero nosotros somos amigos”— afirmó Sara Rasoulinejad, del grupo Saye. En respuesta, Omer Lackner Reichental, director general de Revolution Orchestra, declaró: “Por lo que a mí respecta, podemos hacer las paces”. Como puede verse, la música sigue uniendo, y Chopin y sus obras son una parte importante de este puente transnacional e intercultural.