Henryk GŁĘBOCKI:  El arma más poderosa de nuestro tiempo.  La propaganda rusa contra Polonia en Occidente en la época del Levantamiento de Enero

El arma más poderosa de nuestro tiempo.
La propaganda rusa contra Polonia en Occidente en la época del Levantamiento de Enero

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Henryk GŁĘBOCKI

Historiador polaco, publicista, profesor universitario, docente en la Universidad Jagellónica

Ryc. Fabien Clairefond

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La renovación de las narrativas y los clichés propagandísticos producidos en épocas pasadas puede observarse, en ocasiones, con asombro en la guerra informativa actual, ante la agresión en Ucrania – escribe el profesor Henryk GŁĘBOCKI

.Al igual que entonces, hace 160 años, los objetivos son similares. Lo que estaba y está en juego no es solo hacer valer su causa en los centros mundiales, sino también si la opinión pública de Occidente, apoyando en nombre de los valores declarados de los derechos de los pueblos a la libertad, presionaría a sus propios gobiernos para que éstos prestaran una ayuda real a la población de Międzymorza.

La creación de una determinada imagen de Polonia, de los polacos y de la cuestión polaca por parte de Rusia sigue esperando una interpretación monográfica basada en las fuentes originales. Los archivos rusos, cerrados, no pueden utilizarse para este propósito. Incluso después de 200 años, las listas de redactores de la prensa extranjera en Occidente, subvencionados por las embajadas rusas, siguen sin ponerse a disposición de los investigadores (como pude experimentar yo mismo en los archivos de Moscú). Para comprender la repetibilidad y continuidad de los fenómenos desencadenados por la guerra informativa en el pasado, merece la pena examinar en particular la época del Levantamiento de Enero, cuyo aniversario estamos celebrando.

Al principio, tras el estallido del Levantamiento, se siguieron aplicando los métodos de propaganda ya probados y desarrollados a partir de 1830. Para ello se contaba con una red de centros diplomáticos que inspiraban, a través de periodistas contratados, la actitud adecuada de la prensa europea. El papel principal lo desempeñaron, como hasta ahora, el Ministerio de Asuntos Exteriores, la Tercera Sección de la Cancillería de Su Majestad Imperial, es decir, la policía política secreta, el Ministerio del Interior, supervisando el mercado interior de la prensa rusa con la ayuda del aparato de censura, y especialmente la Cancillería Secreta del Namiestnik (Virrey) del Reino de Polonia, responsable de la mayoría de las acciones hacia la emigración y las tierras polacas de las otras particiones.

Las actividades propagandísticas seguían combinándose en esta época con operaciones de espionaje o de desintegración contra la emigración y el Estado Secreto Polaco. El ejemplo más notorio de esta propaganda, y uno de los pocos investigados de forma relevante por los historiadores, fue la actividad llevada acabo por Julian Bałaszewicz, quien suplantaba la identidad del conde Albert Potocki, más de una vez, por desgracia, actuando con eficacia.

Sin embargo, el método tradicional de reimpresión de la prensa rusa o la compra de plumas y de sus propietarios entre los periodistas extranjeros resultó ineficaz en esta ocasión. Al igual que el mantenimiento de una interpretación oficial del Levantamiento como una revolución social y cosmopolita, adaptada a la política de la alianza de Rusia con Francia. Polonia, por la que el propio papa rezaba, debía, según la interpretación rusa, haber sido engañada por revolucionarios que amenazaban todo el orden social, no solo en Rusia, sino también en Europa. Los polacos fueron presentados como instrumentos de una agitación pérfida en manos de unos revolucionarios que explotaban el patriotismo y el fanatismo católico. En este contexto, las acciones del ejército ruso se presentaban como el restablecimiento del orden y el garante del cuidado de una población que se protegía del terror de la revolución: la “dictadura del puñal”.

Esta interpretación tenía su justificación, ya que las acciones de la Agencia Central polaca en París, dirigidas a través del Hotel Lambert y la facción de “los blancos”, intentaban eliminar del Levantamiento el odio a la revolución. Esto fue incluso una condición para obtener el apoyo real de las potencias que mantenían los compromisos del Congreso de Viena de 1815. No es de extrañar, puesto que la propia emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III, advirtió al príncipe Władysław Czartoryski: “Tengan por seguro que apoyaremos la causa nacional, pero nunca la revolución”.

Sin embargo, los anteriores centros de propaganda zarista y sus tesis demostraron rápidamente su ineficacia frente a la simpatía generalizada expresada por todos los círculos políticos, ideológicos y sociales, desde el papa y los monárquicos legitimistas, los fervientes católicos, pasando por los liberales, demócratas, hasta la izquierda revolucionaria y los seguidores del socialismo, con Karl Marx al frente. Como valoraba el príncipe Władysław Czartoryski, jefe de la diplomacia insurgente, el impacto de esta línea oficial de la propaganda rusa: “todas las elucubraciones de estos periódicos no tienen aquí el menor efecto”.

Al principio, esa imagen sesgada del Levantamiento se formó principalmente a partir de reimpresiones de la prensa rusa, como la del oficial “Journal de Saint Petersbourg”, subordinado al Ministerio de Asuntos Exteriores. Así lo hacía, por ejemplo, el prototipo de prensa del moderno “Russia Today”, publicado en el extranjero, en Bélgica, y luego en Francia el “Le Nord”. También se utilizaban textos traducidos de los periódicos “Russkij Inwalid” y “Moskowskije Wiedomosti”, así como del “Dziennik Powszechny” de Varsovia. Este contenido sucumbía, sin embargo, cada vez más claramente a la ola de nacionalismo generada por el Levantamiento polaco. Bajo la presión del chovinismo imperial, incluso los organismos oficiales adoptaron argumentos nacionalistas en el transcurso de 1863, en lugar de antirrevolucionarios. Además del periódico “Moskowskije Wiedomosti” de Michail Katkov (el equivalente del contemporáneo Vladimir Solovyov), que con su retórica radicalmente antipolaca se creó a sí mismo como el dictador de la opinión pública rusa y con el que los dignatarios zaristas tenían que contar, el “Russkij Inwalid” (“el Ruso Inválido”) se convirtió en el nuevo centro de estas actividades. Se trataba de un órgano oficial del Ministro de la Guerra, ardiente partidario de la modernización liberal y nacionalista del imperio. El modelo al que se hacía referencia aquí eran las campañas de prensa de Napoleón III y Camillo Cavour sobre la cuestión de la unificación de Italia. Fue también aquí, a partir de la primavera de 1863, donde se desarrollaron los eslóganes y argumentos clave que formaban la línea principal de interpretación del conflicto con los polacos. Como resultó, esta narración en particular podía haberse adaptado mucho mejor a diferentes categorías de público en Occidente.

El verano de 1863 vio el apogeo de los temores de que la intervención diplomática de las potencias en defensa de los polacos se transformara en una guerra abierta con Occidente. En el establishment del imperio existía la creencia generalizada de que un conflicto de este tipo podría haber acabado como la perdida guerra de Crimea. La zarina, despidiéndose del general Michaił Murawjow, enviado a reprimir el Levantamiento en Lituania, ya entonces apodado “Wieszatiel” (“el Colgador”), preguntaba con inquietud si se podría salvar al menos una parte del llamado Territorio Occidental, ya que consideraba que el Reino de Polonia ya estaba perdido. En esta situación, era crucial tener influencia en la opinión pública occidental, para aliviar su presión de cara a una intervención en defensa de los polacos. Entonces, por iniciativa del propio ministro de la Guerra Dmitry Milutin, en junio de 1863 se propuso la creación de nuevos centros de propaganda, independientes de las ineficaces instituciones oficiales. Milutin ya había reunido anteriormente en torno a su periódico a columnistas de talento que empleaban una retórica innovadora, más proclive a convencer al público liberal de Occidente. Aquí se esgrimieron argumentos que hablaban sobre el papel de Rusia en el enfrentamiento con los polacos como fuerza progresista, que luchaba contra la anarquía feudal de la nobleza. También fue la primera vez que se utilizaron argumentos étnicos a tal escala, argumentando que los polacos, al apelar ante Europa a los derechos nacionales y a las consignas democráticas, oprimían a su vez al pueblo “ruso”, étnicamente ajeno al Krai del Oeste. Los campesinos lituanos, bielorrusos y ucranianos, tratados como parte de la “russkowo mira” (“el orden ruso”) (el término se popularizó precisamente en esta misma época), fueron supuestamente acogidos por el gobierno zarista, que aplicó reformas de emancipación a partir de 1861.

Milutin presentó personalmente su iniciativa al Zar, proponiéndole publicar en Europa Occidental tanto artículos originales en lenguas locales como traducciones de la prensa rusa. Se propuso hacer especial hincapié en difundir el propio punto de vista sobre las relaciones nacionales e históricas en el Krai del Oeste y demostrar la opresión sufrida por el pueblo “ruso” por parte de la nobleza polaca. Para el éxito de esta iniciativa, la participación del gobierno ruso debía permanecer en secreto.

El resultado práctico de esta idea fue la publicación impresa de una serie de artículos y folletos independientes en inglés y francés. Sin embargo, no cumplieron su propósito. Por esta razón, en julio de 1863, apareció en el mismo círculo del ministro de la Guerra el siguiente proyecto, autoría del barón Kene que trabajaba en el Hermitage. En él se proponía la creación de una red de 20 “agentes hábiles y de confianza” clandestinos en Europa, dirigidos por una oficina de prensa secreta organizada en la redacción del periódico del Ministro de la Guerra “Russkij Inwalid”. El objetivo era la preparación de correspondencia para periódicos extranjeros con el fin de influir en el mayor número posible de publicaciones de prensa de todos los matices: conservadores, liberales, católicos e incluso demócratas. Para que esta operación especial fuera eficaz, se ocultó incluso a las instituciones oficiales encargadas hasta entonces de la propaganda zarista. Ni siquiera los corresponsales extranjeros podían sospechar que el gobierno ruso fuera el principal instigador.

Los alentadores resultados de esta campaña impulsaron la siguiente iniciativa, que desde entonces se viene aplicando desde hace varios años. Se trataba de la publicación y distribución de un folleto litografiado en francés, inglés y alemán: “Correspondance Russe”. Este servicio informativo semanal debía presentar los hechos reales a la luz de la interpretación rusa, llegando hasta aproximadamente unos 80 periódicos europeos de importancia clave. Esta iniciativa puede considerarse una respuesta a correspondencias polacas similares, enviadas en forma de boletines en los que se hablaba de la lucha de los insurgentes y de la “barbarie moscovita”.

En el “Correspondance Russe” se utilizaba el método de probada eficacia de mezclar hechos verídicos y falseados. Esto demostró ser extraordinariamente eficaz. Mientras que al principio, por ejemplo, solo siete periódicos alemanes publicaban informes de este folleto, a finales de 1864 ya eran 41 los que lo hacían. Tuvo especial éxito en Italia, donde, al parecer, consiguió influir en los órganos de todos los grandes partidos. Los informes del “Correspondance Russe” también llegaron a revistas de Francia e Inglaterra (18), incluidas muchas de las publicaciones periódicas consideradas más serias. El secreto que rodeaba la edición de este boletín fue tan estricto que solo quedaba uno de sus ejemplares en Rusia.

La campaña de propaganda, llevada a cabo paralelamente dentro de Rusia, pretendía generar apoyo a la política represiva de las autoridades. Como recordaba el ministro de la Guerra Milutin, también sirvió a un propósito de política exterior, convencer a las potencias occidentales de que en caso de conflicto no se podía contar con la generación de disturbios en Rusia. Sin embargo, el objetivo fundamental de la campaña exterior era debilitar el apoyo de la opinión pública europea a los insurgentes así como debilitar la presión que tenían los gobiernos para realizar una posible intervención. Por ello, la argumentación utilizada en este caso trataba de adaptarse a las distintas categorías de público. De esta forma, ante los círculos oficiales, conservadores y católicos seguía utilizándose un conjunto de acusaciones contra el movimiento de liberación nacional polaco como amenaza de agitación social: la “hidra de la revolución”. Un argumento paralelo que apelaba a valores liberales o incluso democráticos era la descripción del Levantamiento polaco como una rebelión feudal-clerical. El hecho de que comenzara con un manifiesto del Gobierno Nacional bajo lemas democráticos era irrelevante en vista de la fuerza del estereotipo ilustrado de la “anarquía polaca”. La rebelión polaca tenía que ser reprimida en aras del progreso y de la victoria de la razón en Europa Oriental sobre la oligarquía nobiliaria y la superstición católica. Estos argumentos se dirigían especialmente a la opinión liberal y democrática. Sobre todo después de las elecciones en Francia, en el verano de 1863, en las que la oposición liberal resultó victoriosa, y para los círculos financieros de la City de Londres, interesados en la cooperación comercial con Rusia. Ante la opinión pública protestante de Inglaterra se apelaba a su vez al resentimiento anticatólico, comparando la causa polaca con la cuestión irlandesa. Debemos añadir que, en la región del Támesis, a pesar de la rivalidad geopolítica con Rusia en Asia, como parte del llamado “Great Game”, la tendencia a negociar intereses económicos con Rusia ya era fuerte desde la década de 1840. Tales actitudes se inspiraban en la filosofía del utilitarismo de Jeremy Bentham y la llamada “escuela de Manchester” y el cartismo democrático, reacio a la tradición nobiliaria. De aquí fluyeron las fuentes de la idea de “la paz a través del comercio”, justificando la política de Lloyd George hacia la Rusia bolchevique, dispuesto a pagar a Lenin y Trotski con Europa Oriental a cambio de la paz en 1920. Las publicaciones dirigidas a países extranjeros se inspiraron en modelos ya probados y establecidos desde el siglo XVIII. Se explotó el estereotipo negativo del carácter nacional polaco, determinado en la esfera política por una tradición de anarquía y oligarquía que impedía la existencia de un estado independiente.

Sin embargo, cada vez se insistía más en la tesis de que el Levantamiento era en realidad una revuelta de la nobleza polaca contra la perspectiva de que el zar liberara a los campesinos. Con esta intención, se trató de introducir una serie de argumentos que hablaban de divisiones étnicas y de clase en las Tierras Tomadas (Ziemie zabrane). Aquí, según se afirmaba, las autoridades rusas estaban supuestamente enfrentando a la población campesina con los “plantadores polacos”, en comparación directa con los rebeldes propietarios de esclavos de Estados Unidos. Por supuesto, el equivalente de Abraham Lincoln y su Proclamación de Emancipación, en vigor desde enero de 1863 y que concedía la libertad a los esclavos en las zonas ocupadas por la Confederación, debía ser, desde este punto de vista, Alejandro II, liberando al campesinado en 1861 y 1863 en las gobernaciones occidentales que se hacían cargo del Levantamiento de Enero. Las propias provincias lituano-rusas eran comparadas con la India británica, donde no hacía mucho tiempo fue reprimido cruelmente el levantamiento de los cipayos.

Era, pues, la visión de una lucha universal entre las fuerzas del progreso, representadas en Europa Oriental por una Rusia joven y popular, el “país del futuro”, y el engendro personificado por la “reacción” de la noble y católica Polonia, el “país del pasado”. Esta argumentación llevó a la conclusión de que la verdadera razón del Levantamiento armado era la perspectiva de que los campesinos se liberaran del dominio de la nobleza polaca, y de que la población “rusa” de las gobernaciones occidentales se liberara de la dominación polaca. El verdadero objetivo de reconstruir la República mediante el Levantamiento no era liberar a los habitantes de sus tierras, la comunidad política de la futura república, sino mantener la opresión nacional y social sobre la población de la “Rusia Occidental”.

En este contexto, los Estados Unidos de la época de la Guerra de Secesión se convirtieron en un interesante ejemplo de la eficacia de la nueva línea de propaganda rusa. Ya anteriormente, durante la guerra de Crimea, fue precisamente aquí donde el aparato propagandístico y diplomático zarista ensayó nuevos métodos de persuasión sobre la entonces única sociedad democrática. En el Nuevo Mundo también recurrió ampliamente al método de subvencionar a redactores y periodistas. En 1863, se volvían a esgrimir argumentos geopolíticos eficaces, frente a la simpatía natural de los estadounidenses por la causa polaca y su aversión por la autocracia zarista. Los Estados Unidos democráticos y la Rusia autocrática, a pesar de sus sistemas políticos completamente diferentes, se presentaron de nuevo como aliados geopolíticos naturales, aunque situados en hemisferios opuestos. Al fin y al cabo, tenían adversarios comunes que invadían sus esferas de influencia: Reino Unido y Francia. Estas dos potencias apoyaron simultáneamente a los insurgentes polacos y a los confederados del Sur. Además, Francia intervino en México en aquella época. Pero ahora, en 1863, los argumentos geopolíticos, que tanto recuerdan a las tesis de los llamados realistas contemporáneos, se completaban con paralelismos entre la liberación de los esclavos en Estados Unidos y la liberación de los campesinos siervos, o comparando al presidente Lincoln con Alejandro II, el zar de la liberación. Esto permitía demostrar la coincidencia no solo de los intereses geopolíticos, sino también de los valores compartidos por dos países con sistemas políticos tan diferentes, y de su misión global: el “Manifest Destiny”.

El año 1863 trajo la última gran oleada de solidaridad en Europa con los polacos en la lucha contra el imperio zarista. Sin embargo, el colapso del levantamiento y los cambios geopolíticos en el mapa de Europa, como consecuencia de la derrota de Francia en la guerra contra Prusia en 1871 y la unificación de Alemania, pronto cambiaron la actitud de la opinión pública. A partir de entonces, las oleadas de rusofobia tan solo se renovaron en Gran Bretaña ante la expansión rusa en los Balcanes y Asia Central. Podemos encontrar un reflejo de este proceso en la literatura, que en más de una ocasión ha sido, según palabras de Stendhal, “como un espejo que se pasea por una gran avenida”. Rusia, gracias a su creciente potencial, se estaba convirtiendo en un socio político y económico deseable. Polonia, a su vez, desaparecía lentamente del imaginario de los europeos.

Este fue el destino simbólico con el que se encontró el personaje del capitán Nemo en la conocida novela de Julio Verne Veinte mil leguas de viaje submarino, escrita a partir de 1866 y publicada por episodios desde 1869. En un principio, el comandante del Nautilus debía vengarse de la flota rusa puesto que se trataba de un aristócrata polaco, un insurgente del Levantamiento de Enero. Verne defendió “la premisa original del libro” en cartas al editor de la siguiente manera: “¡Aquí hay un noble polaco cuyas hijas han sido violadas, cuya esposa ha sido asesinada con un hacha, cuyo padre ha muerto bajo el látigo; un polaco cuyos amigos están muriendo en Siberia y cuya nación está desapareciendo de Europa bajo la tiranía de los rusos! Si este hombre no tiene derecho a hundir las fragatas rusas dondequiera que se las encuentre, entonces la venganza no es más que una palabra vacía. Yo, en tal situación, las hundiría sin remordimientos”, argumentaba ante el cauteloso empresario, próximo a la edición actual de “Russlandversteher”. Frente a la búsqueda de Francia en Rusia no solo de sus legendarios mercados orientales, sino también de una renovación de la cooperación, bajo la presión por parte del editor Pierre-Jules Hetzel, de cuyo contrato dependía el escritor, éste tuvo que cambiar la identidad del protagonista. El Capitán Nemo se convirtió finalmente, también en las numerosas adaptaciones cinematográficas, en un príncipe indio que se vengaba de la Marina Real Británica por la represión del motín de los cipayos en 1857-1859 en la India.

Tras la “entente cordial” franco-rusa de los años 80-90, los salones intelectuales y literarios se abrieron a los contenidos de la cultura rusa. Las imágenes de polacos creadas en la época del Levantamiento de Enero para las necesidades internas de Rusia empezaron a circular por esta vía. A partir de la primavera de 1863, se impuso aquí el reanimado estereotipo antipolaco, con rasgos de anarquía sármata, firmemente asentado en la conciencia rusa. En Occidente, era posible encontrarse con imágenes similares, igualmente antiguas, de la época de la Ilustración. En Rusia, este estereotipo se complementó (gracias a los logros de la dialéctica de Katkov) con el rasgo de “conspiración polaca” que también estaba detrás de los terroristas nihilistas rusos. Esto fomentó la formación de una percepción negativa de los polacos en la llamada literatura antinihilista, cuya tesis pueden encontrarse, por ejemplo, en las novelas de Fiódor Dostoyevski. En esta vertiente de la literatura, uno de los temas principales era la “intriga polaca”, que utilizaba un conjunto invariable de elementos accesorios: la bella y traicionera mujer polaca, la hipocresía de los eslóganes polacos sobre la libertad, la propaganda jesuita y -representando la noble inocencia contra este siniestro telón de fondo- los héroes rusos. O incluso las imágenes, trasladadas idénticas de Los misterios  de París de Eugène Sue, del hábitat de esta conspiración polaca en los misteriosos laberintos de los bajos fondos y los callejones de la vieja Varsovia.

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Todos estos argumentos propagandísticos formaban parte de una larga tradición de justificaciones creadas a partir del siglo XVIII en base a las pretensiones de San Petersburgo de dominio sobre las tierras de la Primera República Polaca. Esto tuvo un impacto significativo en el posicionamiento en los llamados “mapas mentales” de las élites occidentales y estadounidenses, así como en la opinión pública no solo de Polonia, sino también de otras naciones de Europa Oriental. Las consecuencias de este proceso pueden observarse en las sucesivas etapas de la reconstrucción geopolítica de nuestra región: en los períodos 1944-1945, 1989-1991, en el período de estrecha cooperación entre Alemania y Francia y la Rusia de Putin hasta 2014, o en la era del reciente reinicio de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos.

.Tales narrativas y clichés propagandísticos, producidos en épocas aparentemente lejanas, pueden ser observadas, a veces con asombro, en la guerra informativa contemporánea, ante la agresión en Ucrania. Al igual que entonces, hace 160 años, los objetivos son similares. Lo que estaba y está en juego no es solo hacer valer su causa en los centros mundiales, sino también si la opinión pública de Occidente, apoyando en nombre de los valores declarados de los derechos de los pueblos a la libertad, presionaría a sus propios gobiernos para que éstos prestaran una ayuda real a la población de Międzymorza.

Henryk Głębocki

Material protegido por los derechos de autor. Queda prohibida su distribución salvo permiso explícito de la editorial. 25/02/2023