Jan ROKITA: Abandono y supresión

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Jan ROKITA

Filósofo en Política. Activista de la oposición en la época comunista, luego Diputado del Sejm.

Ryc.: Fabien CLAIREFOND

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El abandono por parte de los Aliados y el posterior borrado de una nación y su cultura por parte de una potencia ocupante: éste es el mayor trauma colectivo de los polacos, que va incluso más allá de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Y también el núcleo mismo de la sensibilidad polaca ante el mundo.

.Si alguien quiere comprender el significado de la sensibilidad polaca ante la invasión de Ucrania, debe remontarse, en primer lugar, a la no tan lejana historia de Europa Central y Oriental. Polonia, renacida tras la Primera Guerra Mundial, contaba con poco más de veinte años cuando fue invadida por alemanes y rusos en 1939. En los años siguientes, ambas potencias invasoras intentaron sangrientamente destruir la élite nacional polaca, así como suprimir la cultura y el sentimiento de nacionalidad polacos. Significativamente, antes de que comenzara la invasión, Polonia contaba con sólidas alianzas y garantías militares por parate de las potencias democráticas: Francia y Reino Unido. Sin embargo, estas alianzas y garantías solo funcionaron sobre el papel. Es decir, París y Londres dejaron claro que estaban del lado de Polonia, pero no movieron un dedo para ayudar en la defensa contra los invasores aliados. Y cuando, en el quinto año de ocupación, estalló el levantamiento polaco en Varsovia, los aliados occidentales, a los que para entonces se había unido Estados Unidos, deliberaron y discutieron durante tanto tiempo sobre cómo ayudar a los insurgentes, que el levantamiento acabó por derrumbarse y la capital polaca fue destruida.

Cuando los rusos invadieron Ucrania en 2022, el renacido estado ucraniano solo contaba con unos pocos años más que Polonia en 1939. En ambos casos, el objetivo político de la invasión era destruir un estado que acababa de salir de años de sometimiento y que, de hecho, seguía “in statu nascendi”. Porque el objetivo del atacante es socavar su derecho a la existencia política antes incluso de que haya tenido tiempo de construirse y fortalecerse de nuevo. Celebrando entonces la caída de Polonia, los atacantes se refirieron a este país como el “hijo bastardo del Tratado de Versalles”, con la intención de poner en duda, ante todo el mundo, el derecho mismo del estado polaco a existir en el mapa de Europa. En febrero de 2022, durante una ceremonia televisada en el Kremlin, el gobernante de Rusia declaró que Ucrania era una especie de alocada “invención de los bolcheviques”, explicando a los rusos y al mundo que en realidad nunca han existido ni existen Ucrania y el pueblo ucraniano. Y después de un año de guerra, ahora sabemos con absoluta claridad que la invasión de Ucrania iba acompañada de un plan más amplio: la destrucción de la élite patriótica ucraniana y la supresión de la cultura ucraniana. Esto se debe a que en Moscú se cree que Ucrania es una provincia rusa que, sin saber por qué, se resiste a su destino “natural” ruso.

En un aspecto, la Ucrania de 2022 está en una posición claramente mejor que Polonia en 1939. Pues aunque no ha conseguido alianzas firmes ni garantías militares antes de la invasión, no ha permanecido sola en este momento crítico de su historia.  Ha conseguido algo más que el apoyo diplomático o “de palabra” del mundo libre: ha conseguido armas. Es cierto que con gran reticencia, ya que no solo en Europa, sino también en Estados Unidos, se debatió durante mucho tiempo si el apoyo militar real a un país invadido sería conveniente. Sin embargo, tras largas vacilaciones, Estados Unidos y Europa decidieron que no tenían más remedio que arriesgarse a enviar armamento pesado. Y luego resultó que una vez que se empieza a enviar armas, no se puede dejar de enviar armas nuevas y mejores con el paso del tiempo. Porque cada vez es más difícil aceptar que aquellos a quienes hemos dado la oportunidad de defenderse solo recibirán daño, pero no podrán defenderse, porque les hemos entregado pocas armas, con demasiado cuidado y demasiado tarde.

La reacción polaca a la invasión fue diferente, en el sentido de que este momento de vacilación fue como un relámpago en Varsovia.  Duró solo unas pocas horas después del 24 de febrero, debido al desconcierto entonces generalizado en Europa por el hecho de que el ejército ruso estuviera realmente intentando capturar por la fuerza militar la capital de un país vecino y asesinar a su líder. Mientras tanto, en las capitales europeas, sobre todo Berlín, Viena o Budapest, éste desconcierto continúa hasta nuestros días. Y esto, a pesar de que ya ha pasado un año desde el inicio de la invasión, y la nación ucraniana, de más de 40 millones de habitantes, no deja ni la más mínima posibilidad a una rendición o negociación sobre la cuestión de su independencia.  Sin embargo, cuando en Polonia vimos las primeras imágenes de ucranianos acudiendo a la heroica defensa de Kiev bajo las bombas y misiles, vimos en esta actitud a nuestros propios padres y abuelos en Varsovia en 1939 y 1944. Y no hay emoción colectiva más fuerte en Polonia que la engendrada por el síndrome de soledad y abandono recibido por parte del mundo libre en aquella época. Soledad y abandono cuyo resultado fue el colapso del estado y un intento de borrar la cultura polaca y su individualidad nacional.

Y hay que recordar que los ucranianos no han sido en absoluto nuestros amigos más estimados a lo largo de la historia. La historia compartida que nos unió en un estado común hasta el siglo XVIII trajo posteriormente (como suele ocurrir en estos casos) una feroz hostilidad, activa sobre todo durante el florecimiento de los nacionalismos europeos en el siglo XX. El arraigado sentimiento de agravios pasados y crímenes cometidos a lo largo de la historia siguió teniendo repercusiones después de que ambas naciones se liberaran de la dominación rusa, gracias al famoso Otoño de las Naciones de 1989. Los gobiernos de la Polonia libre y la Ucrania libre intentaron juiciosamente superar este antiguo resentimiento, pero reconozcámoslo: en 2022, solo lo habían conseguido en algunos lugares y solo hasta cierto punto. Sin embargo, lo que ocurrió en Polonia y Ucrania después del 24 de febrero fue una conmoción colectiva y generalizada para ambas naciones. Una auténtica catarsis histórica que cambia el curso ulterior de la historia de Europa Central y Oriental.

En Polonia, incluso sin haber tenido lugar un profundo debate, y sin dudarlo, decidimos rápidamente que no debíamos permitir que Ucrania repitiera nuestro propio destino de hace casi un siglo. Aún más. Consideramos que impedir que esto ocurriera formaba parte de nuestra misión como polacos en el mundo libre moderno. Y no se trataba de una decisión política del gobierno, sino de un hecho nacional, que el gobierno polaco no tardó en reconocer y del que sacó buenas lecciones. No es casualidad, después de todo, que en febrero la oleada de refugiados ucranianos fuera acompañada en Polonia por el entusiasmo colectivo con el que un anfitrión recibe en su casa a sus mejores invitados. Tampoco fue una sorpresa que Polonia ofreciera su fuerza aérea para rescatar a Ucrania ya en febrero, aunque este entusiasmo polaco por ayudar fue bloqueado entonces por Estados Unidos. En el lado ucraniano, en cambio, se produjo un repentino momento de aturdimiento colectivo. En cuestión de días, toda la nación, que de repente se encontraba bajo las bombas y los misiles, comprendió que tenía un vecino al otro lado de su frontera occidental que consideraba la libertad de Ucrania como su causa nacional. Esto supuso una conmoción para los ucranianos, algo que eliminó en cuestión de semanas su antigua desconfianza hacia los polacos.

.Repitámoslo entonces: el abandono por parte de los aliados y la consiguiente supresión de una nación y su cultura por las fuerzas de ocupación es el mayor trauma colectivo de los polacos, más profundo incluso que la historia de la Segunda Guerra Mundial. Y también el núcleo mismo de la sensibilidad polaca ante el mundo. “Sólo la poesía polaca no te abandonará, no te traicionará, soldado polaco” – escribió una vez el escritor-moralista Stefan Żeromski. Había en este verso de resonancias románticas la sombra de la desilusión tan característica de los polacos ante la actitud del mundo libre, que siempre encuentra algún tipo de racionalización para su propio miedo a un compromiso supuestamente demasiado grande y arriesgado de ayuda a los agredidos. Si no fuera por esta experiencia polaca de abandono y supresión, probablemente miraríamos a la Ucrania combatiente de forma similar a como la miran los alemanes, o los franceses. Es decir, con admiración por su valor y repugnancia por la brutalidad de los invasores. Pero al mismo tiempo con una fuerte duda en el fondo de nuestras mentes sobre si no valdría la pena abandonar a Ucrania a su suerte en algún momento, ya que el riesgo de defenderla de una potencia nuclear invasora podría parecer demasiado grande. Así que si alguien, en Europa o en Estados Unidos, quiere realmente comprender la actitud polaca hacia esta guerra, debe darse cuenta de la razón por la que esa duda no surge en el fondo de la mente de los polacos. Y no surgirá hasta que Ucrania sea defendida con éxito. 

Jan Rokita

Material protegido por los derechos de autor. Queda prohibida su distribución salvo permiso explícito de la editorial. 24/02/2023