La imitación de un golpe de Estado
Para los polacos, esos ocho años que empezaron con la imitación de golpe de Estado del 13 de diciembre fueron la época más oscura durante la vida de la generación anterior. No solo fueron tiempos de violencia, cárceles repletas y asesinatos llevados a cabo en secreto, sino también de degradación de la calidad de vida y de ruina económica.
Polonia es bien conocida por nosotros como un país donde se han realizado experimentos políticos insólitos, desde los siglos XVII y XVIII, cuando defendió obstinadamente su sistema republicano de libertades, a pesar de que la Europa posoccidental se convertía en un dominio de monarcas absolutos, hasta la organización „Solidaridad” del siglo XX, un experimento único y exitoso de insurrección pacífica contra el imperio soviético. Lo sucedido en Polonia hace exactamente 40 años – el 13 de diciembre de 1981– tenía como objetivo suprimir este experimento de „Solidaridad”. Sin embargo, este hecho fue en sí mismo también un experimento, salvo que fue llevado a cabo por comunistas polacos y, como era de esperar, tuvo un resultado bastante desafortunado.
Después de que el Politburó soviético negara a los comunistas polacos una intervención armada „aliada”, éstos se enfrentaron al reto de reprimir por sí solos la insurrección pacífica de diez millones de miembros de „Solidaridad”. Como método innovador para esta operación inventaron… un golpe de Estado militar, aparentemente seducidos por los numerosos golpes de Estado llevados a cabo de forma exitosa por coroneles en África y América Latina. En el sistema soviético, el ejército siempre fue una herramienta del partido; la innovación de los comunistas polacos consistió en que ahora iba a ocurrir lo contrario. Este extraño proyecto político iba a pasar a la historia de Europa como la última idea para salvar el podrido comunismo, aunque se vio envuelto en una paradoja irrefutable. Los comunistas polacos, que seguían teniendo todo el poder, no tenían a nadie contra quien dar un verdadero golpe de Estado. Lógicamente, tendrían que hacerlo contra ellos mismos. Por eso se les ocurrió un innovador escenario: la imitación de un golpe de Estado.
Así, con anterioridad, el primer secretario civil ya había sido destituido en preparación de este golpe de Estado, situando al comandante del ejército, el general Jaruzelski, al mando del partido comunista. Cuando la noche del 13 de diciembre se inició el golpe de Estado, el líder del partido y, al mismo tiempo, de los golpistas, ordenó que un grupo de sus acólitos se vistieran de uniforme y, siguiendo el ejemplo clásico de los conservadores golpes de Estado en África o América Latina, anunciaron sus nombres como constituyentes de la junta militar que a partir de entonces ostentaría todo el poder. Una mascarada similar tuvo lugar en la televisión controlada por el partido. Allí, los locutores se vestían por la noche con uniformes de oficiales y desde primera hora de la mañana, ya como golpistas, anunciaban la declaración de la ley marcial, dando lectura a una larga lista de actos (desde huelgas hasta reparto de panfletos), para los que a partir de ahora se impondría la pena de muerte, dictada, por supuesto, de forma inmediata por un tribunal militar. Como en un verdadero golpe de Estado, los tanques salieron a las calles de las ciudades, pero no para tomar los edificios del gobierno o de la televisión, sino para reunirse en torno a las minas, los astilleros y las fábricas metalúrgicas donde „Solidaridad” había proclamado la huelga.
Mientras en el centro del poder el golpe de Estado parecía una grotesca mascarada, a los ojos del pueblo se manifestaba como una ola de violencia completamente real y duradera. Cualquier persona que la policía política lograra atrapar esa noche de entre los miles de activistas de „Solidaridad” era detenida sin juicio sobre la base de listas de proscripción previamente preparadas. Las fábricas en huelga fueron tomadas por la fuerza, en algunos casos (como en Silesia) disparando a los trabajadores con munición real, como en Chicago el 1 de mayo de 1886. Los oficiales de menor rango del ejército comunista fueron enviados por todo el país como „comisarios-golpistas”, tomando el control de las oficinas gubernamentales y las empresas. Esto último, en particular, resultó ser un desastre a largo plazo: los comandantes y tenientes puestos en el papel de verdaderos jefes de empresa llevaron en poco tiempo a la economía polaca, ya en crisis, a la ruina total.
Para los polacos, esos ocho años que empezaron con la imitación de golpe de Estado del 13 de diciembre fueron la época más oscura durante la vida de la generación anterior. No solo fueron tiempos de violencia, cárceles llenas y asesinatos llevados a cabo en secreto, sino también de degradación de la calidad de vida y ruina económica. Sin embargo, mirando hoy esa historia desde la perspectiva del „mochuelo de Minerva volando al atardecer” de Hegel, se puede ver un efecto asombroso (¡oh paradoja!) que fue beneficioso tanto para Europa como para Polonia. Ese golpe de Estado detuvo durante ocho años la lucha decisiva de „Solidaridad” contra el sistema soviético, posponiendo así su resolución a otra época incomparablemente más amable, la del gobierno de Gorbachov. La maldición histórica de los polacos a lo largo del siglo XIX y más de la mitad del XX fue precisamente el hecho de que el destino de una „mala época” siempre se cernió sobre sus sucesivos levantamientos por la libertad, desde 1830 hasta 1970. Pero a finales del siglo XX, la Fortuna dio un gran giro a su rueda y los polacos se encontraron de repente en el momento histórico más apropiado para sus aspiraciones.
En el momento „adecuado” surgió „Solidaridad”, y exactamente en el momento „adecuado” perdió su primera batalla con los comunistas. Porque el ya moribundo comunismo mundial necesitaba, para acelerar su desaparición, una leyenda como ésta, la de un movimiento popular espontáneo, que perseguía el sueño de un mundo justo. El aplazamiento del momento de la disolución definitiva de los polacos del sistema soviético hasta 1989 permitió que las aspiraciones polacas no solo tomaran un giro feliz, sino que se convirtieran inesperadamente en las aspiraciones de toda Europa. La caída del Muro de Berlín y la reconstrucción de la unidad europea fueron los resultados inesperados de este aplazamiento. Los „golpistas” comunistas de la noche del 13 de diciembre perdieron porque fueron incapaces de comprender el significado del espectáculo histórico en el que participaron como una ridícula mascarada uniformada. Pero los patriotas polacos que fueron llevados ante los tribunales sumarísimos, y arrastrados a la cárcel, no podían soñar en aquel momento lo rápido que su sacrificio adquiriría de forma tangible un significado histórico. Y este significado va mucho más allá del mero sueño polaco de libertad.
Jan Rokita